"El PGH (Proyecto Genoma Humano) dejó un sabor
agridulce. La secuenciación del genoma humano fue un éxito, pero no cubrió ni de lejos las desmedidas expectativas con las que se impulsó el programa, ni en el terreno médico ni en el filosófico. Algunos pensaron
que pondría en nuestras manos la panacea médica y el secreto de la
naturaleza humana, pero no fue así. Lo que sí nos mostró el PGH —una
enseñanza muy valiosa, por cierto— es que no todo está en los genes (si la esencia última del ser humano pudiera describirse sólo a partir de lo que nos dictan nuestros 'genes', el tomate nos llevaría una considerable ventaja :-)). De
este toque de humildad resultó una pléyade de ciencias -ómicas
y, también, el impulso necesario para estudiar el cerebro humano. Pero
no repitamos errores. Por mucho que aprendamos sobre el cerebro, no
esperemos que nos brinde la curación inmediata de todos nuestros males
médicos y sociales, desde el Alzhéimer hasta la violencia, ni mucho
menos las claves últimas de la existencia humana. De hecho, es esta
maniobra de apuesta a expectativas infladas lo que constituye un
verdadero riesgo de brain bluff (algo así como un 'farol' en argot de casino) para la neurociencia.
... El periodista científico Javier Salas informaba sobre las
últimas evaluaciones de expertos acerca del HBP (Human Brain Project, Proyecto Cerebro Humano): «Cuando apenas ha
empezado a andar, el Human Brain Project,
que prometía simular mediante supercomputación toda la complejidad del
cerebro humano, ha recibido un severo baño de realismo. Después de que
cientos de neurocientíficos se alzaran en armas contra el diseño del
megaproyecto —1000 millones en 10 años—, dos informes han señalado las
carencias de una apuesta titánica que entusiasmó más a los políticos que a los científicos. El proyecto debe reformularse de arriba abajo». El
artículo citaba la siguiente frase del informe de evaluación: «Los
responsables del HBP y la Comisión Europea exageraron los objetivos y
los posibles logros».
En fecha
reciente... Stefan Thail escribía: «A los dos
años de su inicio, este proyecto multimillonario de simulación del
cerebro está haciendo agua».
Al parecer, las primeras evaluaciones serias de los grandes proyectos de
investigación sobre el cerebro humano ya están arrojando conclusiones
desalentadoras para quienes han puesto en ellos excesiva ilusión. La
situación es hoy muy inestable y ha cambiado considerablemente entre
2013 y 2015. Tras la neuromanía, parece que ahora empieza a formarse una ola de neuroescepticismo, que quizá también acabe por resultar
excesiva. Reconozcamos, pues, el valor limitado pero muy real de los
nuevos datos. Al margen de la deslumbrante calidad estética de las
neuroimágenes, la información que aportan sobre el funcionamiento del
cerebro puede resultar de extraordinario valor, pero siempre que no se
sobreinterprete ni se caiga en una suerte de neofrenología.
Los grandes proyectos científicos dependen de manera crítica de factores
mediáticos, políticos y financieros. Parece que esto inclina a sus
promotores a formular, o al menos a sugerir, promesas y expectativas
desmedidas.
También en el otro lado del Atlántico está creciendo el
neuroescepticismo. Resulta llamativa la atención que recibió en EE.UU un
libro tan claramente neuroescéptico como Brainwashed: The seductive appeal of mindless neuroscience (2013), de la psiquiatra Sally Satel y el psicólogo Scott Lilienfeld. La reseña del New Yorker
(19/06/2013), firmada por el investigador Gary Marcus, advertía que las
neurociencias son y serán útiles siempre que cooperen con otras
ciencias, como la psicología o la psiquiatría, dado que «los elementos
básicos de la psicología, como las creencias, deseos, fines y
pensamientos, seguirán probablemente para siempre desempeñando un papel
clave para entender el comportamiento humano». Por su parte, el analista
David Brooks afirmaba en The New York Times (17/06/2013) que
la neurociencia no podrá sustituir, como a veces se ha sugerido, a las
disciplinas humanísticas. Es más, resultará valiosa en la medida en que
quiera colaborar con ellas. Brooks reconocía que las neurociencias
conforman un campo «increíblemente importante y apasionante», pero que
no podrán aportar la clave única para entender «todo pensamiento y
comportamiento».
El intento de reducir todo lo humano al cerebro nos hace olvidar la
complejidad del cuerpo en su conjunto, así como sus interacciones con el
medio natural, social y cultural. Del mismo modo que para entender el
funcionamiento de los genes hemos tenido que ir más allá de estos y
llegar a la epigenética, probablemente debamos emprender estudios epicerebrales
que, para comprender el funcionamiento del cerebro, acaben incluyendo
al organismo y sus entornos. El genocentrismo conoce hoy horas bajas, y
algo similar empieza a ocurrir con el cerebrocentrismo. El
cerebro no percibe, ni piensa, ni decide, ni recuerda: todo eso lo hacen
las personas. Por más que, evidentemente, estas lo logren gracias,
entre otras cosas, a su cerebro.
Nuestra intrincada trama de neuronas condiciona nuestro pensamiento y
comportamiento, al mismo tiempo que los posibilita, pero no los
determina por completo. Ni siquiera la física acepta hoy el determinismo que fue moda en tiempos de Laplace. Así pues, dado que las personas
somos mucho más que un cerebro y un conjunto de neuronas, ni nuestro
pensamiento ni nuestro comportamiento podrán ser descifrados únicamente a
partir de las neurociencias. Pero, dado que nuestra base fisiológica es
condición necesaria de ambos, tampoco podremos prescindir de las
neurociencias si queremos entenderlos a fondo.
Reducir todo lo humano al cerebro implica olvidar, por lo pronto, el
resto del organismo, así como a la persona en su conjunto, entendida
como un todo integrado. En consecuencia, parece recomendable una
interpretación y un cultivo de las neurociencias en modo co-; es decir, en comunicación y colaboración respetuosa con otras muchas disciplinas, en lugar de una neurociencia en modo su-, cuya aspiración sería la de sustituir y suceder a las disciplinas humanísticas".
Alfredo Marcos
Filósofo y escritor
Catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Valladolid
Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona
Autor de "Filosofía de la Ciencia. Nuevas dimensiones", 20o8.
Resumiendo: que si un ser humano fuera "solo" su cerebro, o sus genes, o el conjunto de sus células; un ejemplar del Quijote también sería "solo" papel cosido y entintado.
Y un tomate sería campeón olímpico
;-)
;-)
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No somos "solo" física y química
The reductionism delusion
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