"Los espectaculares progresos en el conocimiento propiciados por las
ciencias naturales habían fortalecido la esperanza, especialmente
acariciada por los ilustrados, de que todo en este mundo estaría, en
definitiva y por principio, al alcance del conocimiento humano. Lo que
ahora parece inalcanzable sólo se estaría sustrayendo a nuestra
inteligencia racional a causa de su mayor complejidad.
Estamos inmersos en una realidad que por principio ya no permite reduccionismo alguno, y así cualquier análisis lastima y afecta en último término la profunda relación subyacente. La teoría del conocimiento que nace de la reflexión racional llamó enseguida la atención sobre el hecho de que un sistema estructurado ciertamente puede valorar sistemas subordinados, pero no puede valorar sistemas que estén situados por encima de él. Es imposible que comprendamos de forma inmediata lo que supera la capacidad de nuestros procesos de pensamiento, de la misma manera que es imposible que percibamos el punto ciego de nuestro ojo si no es con ayuda de un recurso artificial, nos resulta difícil reconocer las limitaciones que posee nuestra inteligencia.
Me gustaría describirlo con una parábola que usa el astrofísico inglés Sir Arthur Eddington, quien compara a un científico con un ictiólogo, un experto en peces. Tras haber hecho múltiples capturas y haber analizado cuidadosamente la gran cantidad y variedad de peces apresados, descubre dos constantes: 1) Todos los peces miden más de dos pulgadas, y 2) todos los peces tienen agallas. A estas constantes las llama leyes fundamentales porque se confirman sin excepción en todas y cada una de las capturas. Un metafísico le explica que la primera constante no sería una ley fundamental, pues estaría determinada directamente por el tamaño de la malla que tiene la red que empleó en sus capturas, que es de dos pulgadas. Pero el ictiólogo deja sin validez esta objeción afirmando: 'En la ictiología vale que todo aquello que yo no puedo capturar con mi red no es un pez'.
(O, como dirían los cientifistas ateos: "todo lo que no puedo capturar con mi red, no existe").
Esta parábola sirve para describir la situación de la ciencia, pero resulta insuficiente. Cuando hacemos ciencia, no empleamos una red, sino algo que se parece más bien a una trituradora de carne. Embutimos la realidad por la parte superior, le damos vueltas a una manivela y lo trituramos todo hasta que queda reducido a trozos minúsculos, luego hacemos que esa masa pase a través de una pieza redonda agujereada, hasta que salgan por delante churritos o fideos, según como sea la forma de los agujeros. Ingenuamente concluimos a partir de aquí que la realidad consiste en churritos o fideos, dependiendo de la forma de representación -pieza agujereada- que empleemos. Pero eso no es cierto si comparamos el producto final con lo que originariamente le embutimos al aparato por arriba. El resultado de nuestra observación (los churritos, etc.) es lo que produce el proceso de observación en su particular manera, sale de nuestra forma de percibir, y de la particular estructura epistemológica que hayamos escogido. No es una imagen fiel de la 'auténtica realidad' que se esconde detrás, y que suponemos. Que emplee el ejemplo brutal y desagradable de una trituradora de carne no carece de intención. En realidad, debería comparar la realidad no ya con la estructura altamente diferenciada y orgánica de la carne, sino que debería encontrar una metáfora que también expresase adecuadamente la vitalidad que preside las relaciones en el Cosmos.
Las conclusiones a las que ha llegado a través de la experimentación la física moderna -y ello de entrada en un terreno, la mecánica, donde todo era presuntamente muy simple y abarcable, y donde las leyes naturales eran convincentemente sencillas- nos han obligado a pensar lo siguiente: todo lo que contemplamos como realidad, de manera directa mediante la observación o abstrayendo a partir de lo que percibimos, y que describimos en la ciencia natural como realidad material, no debe ser equiparado en esta forma con la realidad auténtica, la entendamos como la entendamos".
Hans-Peter Dürr
Físico alemán
Doctor en Física, Filosofía y Ciencias Humanas
Profesor de la Universidad de Múnich
Fue alumno y colaborador de Werner Heisenberg y director del Instituto de Física Max Planck de Múnich
*Reduccionismo: postura filosófica, muy extendida en el mundo de
la ciencia y, sobre todo, del cientifismo ateo, según la cual la
reducción es suficiente para resolver diversos problemas de
conocimiento, por considerar que la totalidad de un objeto sólo es la
suma de sus partes. Bastaría, por tanto, diseccionar el "objeto" hasta
reducirlo a su mínima expresión para deducir de este modo su realidad
completa.
Los ateos acostumbran a decir que los "charlatanes se han apropiado de la física cuántica" para defender teorías consideradas pseudocientíficas por estos mismos escépticos. (Los ateos, dicho sea de paso, si no pertenecen al ámbito de la ciencia, se sienten bastante incómodos cuando el creyente defiende su postura aludiendo al mundo cuántico, ellos prefieren, con mucho, la biología, donde chapotean como células eucariotas en el agua :-)). Nadie en su sano juicio calificaría al doctor Dürr como un "charlatán". Dürr fue un profesional que trabajó durante cincuenta años en el campo de la física teórica, lo que le hizo merecedor de numerosos galardones y reconocimientos internacionales, todo lo cual le confiere un prestigio fuera de toda duda y le convierte en un experto conocedor del tema y una voz autorizada en lo que se refiere al estudio del mundo subatómico. Ya hemos indicado en otro artículo que no consideramos que los científicos, físicos o no, deban sentar cátedra unilateralmente sobre el propósito último de la vida y del universo, una tarea ésta que, creemos, debe ser abordada por todas las disciplinas del saber en un esfuerzo común por lograr algún consenso convincente. Dürr no lo hace, al menos no lo hace en las obras que hasta el momento he estudiado de su basta bibliografía, no pontifica ni pretende saber cuál es el sentido último de la existencia, pero sí se siente lo suficientemente asombrado y es lo suficientemente honesto para confesar que, tras conocer los últimos descubrimientos de la física de partículas, el método científico no basta para abarcar toda la realidad, una realidad difusa, extraña y desconcertante que, a medida que la vamos desentrañando se va volviendo, paradójicamente, más y más compleja, más y más escurridiza.
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