La postura de muchos nuevos ateos no deja de ser algo paradójica. Pareciera que, para muchos de ellos, sobre todo para los cientifistas más irredentos, Dios no existe porque, si Dios existiera, “debería” ser el Dios austero que describe el Génesis, es decir, un Ser Supremo que crea a sus criaturas en seis días, independientes unas de otras, una por una y sin afanarse mucho. Un Ente extranjero al mundo que (tras una lectura ligera del texto sagrado) parece algo cachazudo y poco dado a los esfuerzos, que se cansa con facilidad y que colgó en los cielos los astros como quien cuelga bombillas.
Pero resulta que, poco a poco, y con la ayuda de la ciencia, vamos hallando las infinitas facetas del inabarcable Dios poliédrico que dio origen al Todo. Así lo creemos los teístas. Paso a paso, estamos descubriendo que Su deslumbrante creatividad va mucho más allá de lo que jamás llegaron a imaginar los escritores bíblicos, de lo que nadie llegó jamás a imaginar. Sabemos ahora que ese Dios elaboró una especie de inteligente “semilla” primigenia con la capacidad teleológica de cobrar vida y extenderse como una impredecible marea por el tiempo y el espacio. Hemos des-velado, entre otros muchos misterios (que no por des-velados dejan de ser milagrosos), que el viento no es éter “dirigido por propulsión a chorro” por cuatro ángeles mofletudos, como creían en el Medievo, sino que ese Creador imaginativo y minucioso erigió unas leyes fundamentales, igualmente imaginativas, gracias a las cuales es posible el viento, las tormentas, los cambios de estación, la tensión entre las galaxias y la órbita exquisita de los planetas, por poner un pobre ejemplo. ¿El hecho de que ahora sepamos que el viento no es el soplo de los ángeles, sino un fenómeno mucho más intrincado, hace a Dios más pequeño... o más grande? Muy a pesar de los cientifistas, cada avance de la ciencia va añadiendo al Dios de los creyentes un valiosísimo extra que Le dota de un presumible poder y sabiduría que trasciende todo lo humanamente concebible. La ciencia está haciendo a Dios cada vez más y más grande.
Atendiendo a estos descubrimientos, como decíamos, y siempre desde el punto de vista de nuestros esforzados nuevos ateos, Dios no puede existir porque, de existir, sería mejor, más inmenso y poderoso de lo que nunca nos han contado… Y esto tampoco les conviene :-) Es mucho más práctico, a efectos estratégicos, construir un dios de paja, pequeñito y antropomorfo a la medida de sus ataques. Un dios minúsculo y vulnerable contra el que poder cargar sin dificultades.
La conclusión para ellos es obvia: como estamos revelando que el mundo y el universo son muchísimo más complejos que los que describe la Biblia, pues Dios no existe, ya que el Dios simple de la Biblia no le “cuadra” a la complejidad del mundo real. O, dicho de otro modo, para que Dios existiera, sería imprescindible que el mundo fuera tan escueto y fácil de crear :-) como nos muestran los libros sagrados, y no lo es. De una forma u otra, los nuevos ateos no consiguen desvincular su andamiaje doctrinal de esos mismos textos venerables que tanto desprecian, es decir, no consiguen arrancar sus premisas y referencias del campo donde los fundamentalistas religiosos han sembrado las suyas, colocándose de este modo a su misma pobre y frágil altura argumental. No logran dar un breve paso adelante para realizar un mínimo ejercicio de lógica y concluir que, si el universo no es tan modesto como lo describen la Biblia o el Corán, es porque Dios no es tampoco tan elemental como, necesariamente, se describe allí. A tal creación, tal Creador, y, si la creación es abrumadoramente compleja, el Creador ha de serlo aún más. De cajón.
Imagínense que me encuentro dos perfectos círculos concéntricos dibujados en un folio y deduzco que es obra de un hombre. Después me encuentro una reproducción exacta de las Meninas… y deduzco que eso, al ser un trabajo más elaborado, “obviamente”, debe haber surgido de la Nada :-)
El que tenga oídos para oír que oiga.