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Cinismo y ateísmo. La rigurosa impostura (I) Sergio Jiménez

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Este artículo habla del cinismo como problema de conducta social, incluso ética, en relación al debate teísmo-ateísmo. Y digo problema porque el cinismo goza de cierto reconocimiento social, cuando ciertamente es un enemigo de proporciones desconocidas. En concreto trataré de dibujar la falacia que se esconde detrás del ateo sostenido por el cinismo. La intención última será justificar que el cinismo es una actitud superficial e inoculada culturalmente en el individuo para hacerle creer lo elevado de su ideología. No pretendo, por tanto, poner de relieve ninguna opción, sino más bien mostrar que, en última instancia, las dos, teísmo y ateísmo, deberían ser fruto de una elección personal, pues ambas son dos creencias que proceden de la misma naturaleza: la del conocimiento.

El cinismo sirve de falsa plataforma para justificar muchísimas actitudes prepotentes y a la vez superficiales, sobre todo en el debate ciencia-fe. Actitudes que conllevan una profunda ignorancia de los últimos laberintos que suponen el conocimiento de la realidad. Este uso globalizado del cinismo, no obedece más que a una máxima reduccionista de la sociedad occidental. Sociedad que en su propio autoengaño se considera al cabo de todo conocimiento, siendo muy al contrario, un problema de profundidad epistemológica. En definitiva, descubrir el gran engaño de una actitud, la cínica, que lejos de reportar una imagen de individuo inteligente y libre a quien la profesa, lo lastra en su más profunda condición.

"El cinismo es una traición intelectual"

Norman Cousins
Político, escritor, periodista y activista americano 


Esta cita dirá muy poco o nada a la mayoría de la gente en una primera lectura. Sucede que en su esencia, describe con detalle la pandemia que asola el mundo actual. Es probable que suene apocalíptico, pero hay que pararse y rumiarla.  Bastaría con hacerse algunas preguntas: ¿cuántas cosas he dejado de hacer o experimentar por tener una actitud prejuiciosa y cínica? ¿Por qué tengo unas creencias y no otras? ¿Soy capaz de entender que mis creencias no son las únicas y definitivas? Muchas personas responderán también de una manera cínica a estas cuestiones, muy seguras de su postura. Y es que no es difícil entender que en toda época, la gran masa ha vivido con la certeza de tener el conocimiento último de la realidad. Esta época que vivimos, por materialista, no es menos, y aunque a muchos les soliviante, tampoco parece que hayamos avanzado tanto:



Leonard Susskind
Profesor en Física teórica en la Universidad Stanford
Su campo de investigación incluye la teoría de cuerdas, teoría cuántica de campos, la mecánica cuántica y la cosmología cuántica


Esta cita de un físico, no precisamente religioso, deja bastante claro lo complejo de nuestra existencia. Sí, parece que aquello del Zeitgeist no es solo un concepto ajeno a nuestro tiempo, por el contrario nos afecta de pleno. Es cierto, seguimos viviendo como si la tierra fuera plana, y esta seguridad aparente de hechos empíricos, deja el terreno abonado para que actitudes como el cinismo proliferen. Pero, como he apuntado, el problema es de profundidad; y es que detrás de esa realidad perceptible, existe una mucho más difícil de digerir: ajuste fino, mecánica cuántica, biología, etcétera.

El verdadero problema, pues, es de nivel epistemológico. Es decir, y resumiendo mucho, en un primer nivel de consciencia, si no sé nada de mi universo, podría pensar que Dios lo creó. En un segundo nivel, si observo, deduzco leyes y obtengo explicaciones, puedo inferir que “no es necesario un creador”. Y en un tercer nivel, donde se sitúa la filosofía, la física más avanzada, la neurociencia, la complejidad biológica, etcétera, pues todo es muy confuso, y la existencia o no de Dios, acaba pasando a ser una cuestión de elección personal. Cabría un cuarto y un quinto nivel, así hasta el enésimo, en el que siempre quedaría una última pregunta.



Werner Heisenberg
Físico alemán


La cuestión es que el cínico medio no sabe de estos “niveles” y por pura ignorancia cree estar en el más alto; es más, si tratas de llevarlo a asuntos más profundos, su respuesta será la descalificación o la negación. Esto es, las mismas maneras de las que reniega en el ejercicio de la más alta libertad ilustrada. En cualquier caso, este asunto de la “profundidad” lo explicaba muy bien Oscar Wilde cuando afirmó que "un cínico es alguien que sabe el precio de todo y el valor de nada".

A estas alturas nos vendrá bien hacer un breve repaso de los primeros cínicos que se tiene conocimiento.

Como parece que los antiguos griegos gozan de tan buena reputación en esto de la búsqueda del conocimiento, diré que los máximos exponentes en esto del cinismo fueron Diógenes y Antístenes. Sus propuestas tenían que ver con mantener una actitud diferente frente a la existencia: diferente a la de la mayoría. El comportamiento crítico con lo establecido y el cuestionamiento de los poderes eran sus grandes axiomas. Consideraban que la mayor parte de la sociedad vivía una existencia adormecida que impedía acceder al auténtico ser que subyace en todo hombre. Proponían la liberación de ataduras morales, económicas y sociales. En una suerte de anarquismo, su visión era de una naturaleza materialista y rechazaban las deidades para explicar la realidad. Es esta una visión que a muchos les parece radical, pero, más allá de las subjetividades, no se puede negar la profundidad de una perspectiva fundamentada en la reflexión y la crítica del modelo de vida de la época. Profundidad a la que el cinismo de hoy ni si quiera se asoma, y es que éste es de otra naturaleza mucho más prosaica y hedonista. Hoy en día no existe conexión alguna entre aquellos cínicos y estos, sobre todo porque los de hoy apenas son dueños de sus opiniones, y desconocen con rigor de dónde proceden sus “creencias” y quién se las ha puesto en el discurso.


El devenir de la historia quiso que las religiones y el uso que el hombre hizo de ellas, sumergieran a la humanidad en una época de oscurantismo y sometimiento. A aquella Edad Media le siguió el Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Industrial, hasta llegar al día de hoy. Todo ello en un claro proceso utilitarista de la existencia que ha acabado por implantar un sistema capitalista al que el carácter individualista y reduccionista del cínico le viene como anillo al dedo. La guinda que coronó toda esta evolución la vino a colocar el darwinismo y sus teorías que ilustraban la vida como un accidente sórdido y cruel, en el que solo el más fuerte sobrevivía. Un discurso que a la dirigente clase industrial y de consumo de la época, le sonaba a canto celestial. 

Con todo este devenir social, no es difícil inferir cómo se ha ido descendiendo a un dios celestial de su altar, para sustituirlo por otro más ramplón y terrenal: el culto al hedonismo consumista Axiomas como “aprovecha que son dos días”, “eso es lo que te vas a llevar”, por más vulgares que suenen, no dejan de revestirse de cierta pátina de arrojo y verdad. Lo que nadie se para a pensar es el coste que este tipo de eslóganes conlleva. Ese coste es nada más y nada menos que la espiritualidad del individuo.


"Los presocráticos y los atomistas se movían en el plano filosófico, Homero en el poético; sus intuiciones son luces bellas como las de los artificios pirotécnicos, pero, como ellas, inconsistentes por falta del respaldo y rigor científico. En cambio Bunge apela a la ciencia y en ella se apoya. Y lo hace con un alcance extrapolado al identificar sin más lo científico como lo real. Por ello sólo la ontología materialista estaría en armonía con la ciencia contemporánea. Cae así en un reduccionismo epistemológico. La exclusión apriorística de cualquier método distinto del científicotécnico para alcanzar realidades situadas más allá de la materia y la consecuente negación de los «espiritual» son una frustración y degradación del hombre. El científico, habituado a la inmediatez de lo sensible y experimentable, corre el riesgo de verse aquejado de miopía metafísica o de incapacitación adquirida para captar lo espiritual. Este riesgo aumenta en épocas de embriaguez científica y sensorial como la helenística (tiempo del atomismo democríteo y epicúreo) y la nuestra". 

Manuel Guerra Gómez
Sacerdote y doctor en filosofía clásica y teología
Extracto de "Dios y el hombre, antropología y teología"



Hablando de costes, Kingsley también lo explica muy bien en estos párrafos:
 
"No se nos ha dicho que, en las mismas raíces de la civilización occidental, reside una tradición espiritual. Hay que pagar un precio para entrar en contacto con esta tradición. Siempre hay que pagar un precio, y, precisamente porque nadie ha querido pagarlo, las cosas están como están. El precio no ha cambiado: somos nosotros mismos, nuestra voluntad de ser transformados. Solo sirve eso, no puede ser menos. No podemos apartarnos y mirar. No podemos distanciarnos porque precisamente nosotros somos el ingrediente que falta. Sin nosotros, las palabras solo son palabras. Y esta tradición no existió para edificar o entretener, ni siquiera para inspirar; existió para devolver al hombre a sus raíces.

 […] A muchos nos preocupa la extinción de todas las especies que el mundo occidental está exterminando. Pero casi nadie se da cuenta de lo más extraordinario de todo: de la extinción de nuestro conocimiento de lo que somos".

   
Peter Kingsley
Filósofo británico



He aquí la verdadera amenaza del cinismo. Normalmente el cínico de hoy no tiene apenas conocimiento de las limitaciones que su conducta le infiere, está ocupado en guardar un papel de tipo sobrado, sutil y valiente. Pero todo es una máscara de la que él mismo no es consciente. Es decir, el cínico ha optado por una forma de ser que le reporta cierto reconocimiento social dentro de la mediocridad imperante de la sociedad, pero, que el tuerto sea el rey en el reino de los ciegos no significa que sea el rey de todos los reinos. 

Sergio Jiménez Barrera
Arquitecto Técnico
Universidad de Sevilla 


***



"Hoy en día no existe conexión alguna entre aquellos cínicos y estos, sobre todo porque los de hoy apenas son dueños de sus opiniones, y desconocen con rigor de dónde proceden sus “creencias” y quién se las ha puesto en el discurso".


Leyendo este párrafo del artículo recordé algo que me ocurrió hace unos meses, cuando participaba en uno de esos desaforados debates en la red :-). Después de exponer mis opiniones lo mejor que pude, las respaldé transcribiendo algunas citas de los autores que aparecen a menudo en nuestro blog y que todos nuestros lectores conocen bien. Estos expertos que solemos citar no son precisamente legos en la materia, son reconocidos físicos, biólogos, filósofos de la Ciencia, sociólogos, etc. Pues bien, un furioso ateo, cínico donde los haya :-), no teniendo otra cosa mejor que objetarme, me acusó de usar la falacia de autoridad que, como todos ustedes saben, consiste en defender algo como verdadero porque quien es citado en el argumento tiene autoridad en la materia (Wikipedia). Lo divertido es que todo el discurso de mi contrincante estaba cimentado básicamente en tres premisas, a saber: que "está demostrado" (sic) que el universo no tuvo un Creador, que el universo es autocontenido y que el universo surgió de una fluctuación cuántica... Por lo tanto, concluía triunfal mi cándido ateo, seguir creyendo en Dios hoy día es tan absurdo "como creer en unicornios"... 

Como ven, era un ateo cándido, pero, sobre todo,... original :-)

Supongo que no tengo que aclarar al amable lector por qué esa argumentación, y la consiguiente acusación de falacidad, me pareció tan divertida e ingenua: la única diferencia que existía entre mis "falacias de autoridad" y las de mi oponente es que yo conozco los nombres de los expertos que cito para respaldar mis opiniones y él no tenía la más remota idea acerca de quiénes eran los autores que pusieron en circulación los serios postulados y las trilladas analogías que iba repitiendo por los foros como un lorito bien educado...

Supongo que nuestro buen ateo pensaba que sus opiniones eran la "única verdad objetiva" porque, al contrario que las mías que venían apoyadas por expertos (de ahí que fueran falaces :-)), las suyas habían brotado, como los higos, de una higuera... O que habían bajado directamente del Olimpo de los dioses, esos mismos dioses en los que decía no creer, quién sabe...

Sea como fuere, la "ignorante", una vez más, era yo.
 ;-)


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Publicaremos la segunda parte de este artículo en una próxima entrada. Agradecemos a nuestro seguidor Sergio que nos hiciera llegar su excelente ensayo y aprovechamos para invitar a todos nuestros lectores a que nos sigan enviando sus artículos, sugerencias y opiniones como han hecho hasta ahora. 
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Imagen: Antístenes de Atenas