Este artículo habla del
cinismo como problema de conducta social, incluso ética, en relación al debate
teísmo-ateísmo. Y digo problema porque el cinismo goza de cierto reconocimiento
social, cuando ciertamente es un enemigo
de proporciones desconocidas. En concreto trataré de dibujar la falacia que se esconde detrás del ateo sostenido por el cinismo. La intención última será
justificar que el cinismo es una actitud superficial e inoculada culturalmente
en el individuo para hacerle creer lo elevado de su ideología. No pretendo, por
tanto, poner de relieve ninguna opción, sino más bien mostrar
que, en última instancia, las dos, teísmo y ateísmo, deberían ser fruto de una elección personal, pues ambas son dos creencias que proceden de la misma naturaleza: la del
conocimiento.
El cinismo sirve de falsa
plataforma para justificar muchísimas actitudes prepotentes y a la vez
superficiales, sobre todo en el debate ciencia-fe. Actitudes que conllevan una
profunda ignorancia de los últimos laberintos que suponen el conocimiento de la realidad. Este uso globalizado del cinismo, no obedece más que a una máxima reduccionista de la sociedad occidental. Sociedad que en su propio
autoengaño se considera al cabo de todo conocimiento, siendo muy al contrario,
un problema de profundidad epistemológica. En definitiva, descubrir el gran
engaño de una actitud, la cínica, que lejos de reportar una imagen de individuo
inteligente y libre a quien la profesa, lo lastra en su más profunda condición.
"El cinismo es una traición intelectual"
Norman Cousins
Político, escritor, periodista y activista americano
Esta cita dirá muy poco o
nada a la mayoría de la gente en una primera lectura. Sucede que en su
esencia, describe con detalle la pandemia que asola el mundo actual. Es
probable que suene apocalíptico, pero hay que pararse y rumiarla. Bastaría con hacerse algunas preguntas:
¿cuántas cosas he dejado de hacer o experimentar por tener una actitud
prejuiciosa y cínica? ¿Por qué tengo unas creencias y no otras? ¿Soy capaz de entender que mis creencias no son las únicas y definitivas? Muchas personas responderán también de una manera cínica a estas cuestiones, muy seguras de
su postura. Y es que no es difícil entender que en toda época, la gran masa ha
vivido con la certeza de tener el conocimiento último de la realidad. Esta época que vivimos, por materialista, no es menos, y aunque a muchos les soliviante, tampoco parece que
hayamos avanzado tanto:
Leonard Susskind
Profesor en Física teórica en la Universidad Stanford
Su campo de investigación incluye la teoría de cuerdas, teoría cuántica de campos, la mecánica cuántica y la cosmología cuántica
Esta cita de un físico, no
precisamente religioso, deja bastante claro lo complejo de nuestra existencia. Sí,
parece que aquello del Zeitgeist no es solo un concepto ajeno a nuestro tiempo,
por el contrario nos afecta de pleno. Es cierto, seguimos
viviendo como si la tierra fuera plana, y esta seguridad aparente de hechos
empíricos, deja el terreno abonado para que actitudes como el cinismo
proliferen. Pero, como he apuntado, el problema es de profundidad; y es que
detrás de esa realidad perceptible, existe una mucho más difícil de digerir:
ajuste fino, mecánica cuántica, biología, etcétera.
El verdadero problema, pues,
es de nivel epistemológico. Es decir, y resumiendo mucho, en un primer nivel de
consciencia, si no sé nada de mi universo, podría pensar que Dios lo creó. En
un segundo nivel, si observo, deduzco leyes y obtengo explicaciones, puedo
inferir que “no es necesario un creador”. Y en un tercer nivel, donde se sitúa
la filosofía, la física más avanzada, la neurociencia, la complejidad biológica,
etcétera, pues todo es muy confuso, y la existencia o no de Dios, acaba pasando a ser una
cuestión de elección personal. Cabría un cuarto y un quinto nivel, así hasta el
enésimo, en el que siempre quedaría una última pregunta.
Werner Heisenberg
Físico alemán
La cuestión es que el cínico medio
no sabe de estos “niveles” y por pura ignorancia cree estar en el más alto; es
más, si tratas de llevarlo a asuntos más profundos, su respuesta será la
descalificación o la negación. Esto es, las mismas maneras de las que reniega
en el ejercicio de la más alta libertad ilustrada. En cualquier caso, este
asunto de la “profundidad” lo explicaba muy bien Oscar Wilde cuando afirmó que "un cínico es alguien que sabe el precio de
todo y el valor de nada".
A estas alturas nos vendrá bien
hacer un breve repaso de los primeros cínicos que se tiene conocimiento.
Como parece que los antiguos
griegos gozan de tan buena reputación en esto de la búsqueda del conocimiento, diré que los
máximos exponentes en esto del cinismo fueron Diógenes y Antístenes. Sus
propuestas tenían que ver con mantener una actitud diferente frente a la
existencia: diferente a la de la mayoría. El comportamiento crítico con lo
establecido y el cuestionamiento de los poderes eran sus grandes axiomas.
Consideraban que la mayor parte de la sociedad vivía una existencia adormecida que
impedía acceder al auténtico ser que subyace en todo hombre. Proponían la
liberación de ataduras morales, económicas y sociales. En una suerte de
anarquismo, su visión era de una naturaleza materialista y rechazaban las
deidades para explicar la realidad. Es esta una visión que a muchos les parece
radical, pero, más allá de las subjetividades, no se puede negar la profundidad
de una perspectiva fundamentada en la reflexión y la crítica del modelo de vida
de la época. Profundidad a la que el cinismo de hoy ni si quiera se asoma, y es
que éste es de otra naturaleza mucho más prosaica y hedonista. Hoy en día no
existe conexión alguna entre aquellos cínicos y estos, sobre todo porque los de
hoy apenas son dueños de sus opiniones, y desconocen con rigor de dónde
proceden sus “creencias” y quién se las ha puesto en el discurso.
El devenir de la historia
quiso que las religiones y el uso que el hombre hizo de ellas,
sumergieran a la humanidad en una época de oscurantismo y sometimiento. A
aquella Edad Media le siguió el Renacimiento, la Ilustración y la Revolución
Industrial, hasta llegar al día de hoy. Todo ello en un claro proceso
utilitarista de la existencia que ha acabado por implantar un sistema capitalista al que el carácter individualista y reduccionista del cínico le viene como anillo al dedo. La guinda que coronó toda esta evolución la vino a
colocar el darwinismo y sus teorías que ilustraban la vida como un accidente sórdido y cruel, en el que solo el más fuerte sobrevivía. Un discurso que a la
dirigente clase industrial y de consumo de la época, le sonaba a canto celestial.
Con todo este devenir social, no es difícil
inferir cómo se ha ido descendiendo a un dios celestial de su altar, para
sustituirlo por otro más ramplón y terrenal: el culto al hedonismo consumista. Axiomas como “aprovecha que son dos días”, “eso es
lo que te vas a llevar”, por más vulgares que suenen, no dejan de revestirse de
cierta pátina de arrojo y verdad. Lo que nadie se para a pensar es el coste que
este tipo de eslóganes conlleva. Ese coste es nada más y nada menos que la
espiritualidad del individuo.
"Los
presocráticos y los atomistas se movían en el plano filosófico, Homero en el
poético; sus intuiciones son luces bellas como las de los artificios
pirotécnicos, pero, como ellas, inconsistentes por falta del respaldo y rigor
científico. En cambio Bunge apela a la ciencia y en ella se apoya. Y lo hace
con un alcance extrapolado al identificar sin más lo científico como lo real. Por
ello sólo la ontología materialista estaría en armonía con la ciencia contemporánea. Cae así en un reduccionismo epistemológico. La exclusión apriorística de
cualquier método distinto del científicotécnico para alcanzar realidades
situadas más allá de la materia y la consecuente negación de los «espiritual»
son una frustración y degradación del hombre. El científico, habituado a la
inmediatez de lo sensible y experimentable, corre el riesgo de verse aquejado
de miopía metafísica o de incapacitación adquirida para captar lo espiritual. Este
riesgo aumenta en épocas de embriaguez científica y sensorial como la
helenística (tiempo del atomismo democríteo y epicúreo) y la nuestra".
Manuel Guerra Gómez
Sacerdote y doctor en filosofía clásica y teología
Extracto de "Dios y el hombre, antropología y teología"
Hablando de costes, Kingsley también lo explica muy bien en estos párrafos:
"No se nos ha dicho que, en las mismas raíces de la civilización
occidental, reside una tradición espiritual. Hay que pagar un precio para
entrar en contacto con esta tradición. Siempre hay que pagar un precio, y,
precisamente porque nadie ha querido pagarlo, las cosas están como están. El
precio no ha cambiado: somos nosotros mismos, nuestra voluntad de ser
transformados. Solo sirve eso, no puede ser menos. No podemos apartarnos y mirar. No podemos distanciarnos porque
precisamente nosotros somos el ingrediente que falta. Sin nosotros, las
palabras solo son palabras. Y esta tradición no existió para edificar o
entretener, ni siquiera para inspirar; existió para devolver al hombre a sus
raíces.
[…] A muchos nos preocupa la extinción de todas las especies que
el mundo occidental está exterminando. Pero casi nadie se da cuenta de lo más
extraordinario de todo: de la extinción de nuestro conocimiento de lo que
somos".
Peter Kingsley
Filósofo británico
He aquí la verdadera amenaza del cinismo.
Normalmente el cínico de hoy no tiene apenas conocimiento de las limitaciones
que su conducta le infiere, está ocupado en guardar un papel de tipo sobrado,
sutil y valiente. Pero todo es una máscara de la que él mismo no es consciente.
Es decir, el cínico ha optado por una forma de ser que le reporta cierto
reconocimiento social dentro de la mediocridad imperante de la sociedad, pero, que el tuerto sea el rey en el reino de los ciegos no significa que sea
el rey de todos los reinos.
Sergio Jiménez Barrera
Arquitecto Técnico
Universidad de Sevilla
***
"Hoy en día no
existe conexión alguna entre aquellos cínicos y estos, sobre todo porque los de
hoy apenas son dueños de sus opiniones, y desconocen con rigor de dónde
proceden sus “creencias” y quién se las ha puesto en el discurso".
Leyendo este párrafo del artículo recordé algo que me ocurrió hace unos meses, cuando participaba en uno
de esos desaforados debates en la red :-). Después de exponer mis opiniones lo mejor que pude, las respaldé transcribiendo algunas citas de los autores que aparecen a
menudo en nuestro blog y que todos nuestros lectores conocen bien. Estos expertos que solemos citar no son precisamente legos en la materia, son
reconocidos físicos, biólogos, filósofos de la Ciencia, sociólogos, etc. Pues bien,
un furioso ateo, cínico donde los haya :-), no teniendo otra cosa mejor
que objetarme, me acusó de usar la falacia de autoridad que, como todos ustedes saben, consiste en defender algo como verdadero porque quien es citado en el argumento tiene autoridad en la materia (Wikipedia). Lo divertido es que todo el discurso de mi contrincante estaba cimentado básicamente en tres premisas, a saber: que "está demostrado" (sic) que el universo no tuvo un Creador, que el universo es autocontenido y que el universo surgió de una fluctuación cuántica... Por lo tanto, concluía triunfal mi cándido ateo, seguir creyendo en Dios hoy día es tan absurdo "como creer en unicornios"...
Como ven, era un ateo cándido, pero, sobre todo,... original :-)
Supongo que no tengo que aclarar al amable lector por qué esa
argumentación, y la consiguiente acusación de falacidad, me pareció tan divertida e ingenua: la única diferencia que existía
entre mis "falacias de autoridad" y las de mi oponente es que yo conozco
los nombres de los expertos que cito para respaldar mis opiniones y él no
tenía la más remota idea acerca de quiénes eran los autores que pusieron en circulación los serios postulados y las trilladas analogías que iba repitiendo por los foros como un lorito bien educado...
Supongo que nuestro buen ateo pensaba
que sus opiniones eran la "única verdad objetiva" porque, al contrario que las mías que venían apoyadas por expertos (de ahí que fueran falaces :-)), las suyas habían brotado,
como los higos, de una higuera... O que habían bajado directamente del Olimpo de los dioses, esos mismos dioses en los que decía no creer, quién sabe...
***
Publicaremos la segunda parte de este artículo en una próxima entrada. Agradecemos
a nuestro seguidor Sergio que nos hiciera llegar su excelente ensayo y aprovechamos para invitar a
todos nuestros lectores a que nos sigan enviando sus artículos,
sugerencias y opiniones como han hecho hasta ahora.
El blog avanza con vuestro apoyo y se nutre de vuestras ideas.
Gracias a todos.
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Imagen: Antístenes de Atenas