Es curioso que, cada vez que los creyentes invocamos ese orden, claramente observable en todo cuanto nos rodea y en nosotros mismos, como una posible prueba de una inteligencia primordial, los ateos insisten en que ese orden en realidad "no existe", que "sólo nos parece que existe" porque "deseamos verlo así" (??). Y es curioso, sobre todo, porque, al postular que ese "orden aparente" es sólo caos mal interpretado, deben aceptar también que sus cerebros, esos mismos que les están indicando que el orden es sólo aparente, están gobernados también por el caos, pues esto es lo único que el azar puede producir. Aquí se da una curiosa paradoja, una contradicción que no todos los ateos consiguen captar cuando intentamos explicársela: para sostener con tanta rotundidad que el mundo natural es un producto caótico del azar ciego, deben sostener también, como una derivación lógica, que esta conclusión suya tiene muchas posibilidades de ser errónea, puesto que esta conclusión es un producto de sus cerebros, a su vez productos arbitrarios del azar. En otras palabras, cuando los ateos atribuyen esa infalibilidad a sus procesos mentales están, en realidad, alimentando una fe irracional (tan irracional o más que la que reprochan a los teístas :-)) en que sus cerebros están excluidos de la arbitrariedad general del mundo.
John F. Haught explica mejor que yo esta paradoja en los siguientes párrafos:
"De continuo surge en mí la horrenda duda de si las convicciones de la mente humana, que se ha desarrollado a partir de la mente de animales inferiores, tienen algún valor, si son verdaderamente dignas de confianza. ¿Confiaría alguien en las convicciones de la mente de un mono, suponiendo que una mente así pueda albergar algún tipo de convicción?"
El único modo posible de apuntalar esta tesis de que el orden natural es "ilusorio" es sostener que el mundo, la naturaleza, el universo todo, podría haber sido distinto, que antes del comienzo había un sin fin de posibilidades y que nuestro "error", el error de los teístas, es contemplar el mundo desde la perspectiva equivocada (la perspectiva acertada es la del ateo, claro :-)) Observamos el mundo, dicen, desde del "diseño acabado", por eso nos parece "ordenado". No entendemos, continúan los escépticos, que ese diseño no es tal porque la evolución, tanto cosmológica como biológica, podría haber transcurrido siguiendo cualquier otro cauce que el que tomó. Unos cauces -siempre, por supuesto, erráticos y arbitrarios- "podrían" haber llevado a un buen fin y otros no. Eso, nos conceden nuestros ateos, nunca lo sabremos, pero sí sabemos que tuvimos una gran suerte ya que el cauce elegido caprichosamente por la evolución funcionó y dio origen a la vida organizada y, en última instancia, a la aparición del ser humano y su prodigioso cerebro.
Suertudos que somos :-)
El problema cuando se postula un "podría haber sido", es que apelamos a un escenario virtual no verificable que, además, excluye el escenario real desde el cual hacemos esa apelación. El "podría haber sido" es un comodín útil para salir del paso si tu oponente en el debate te empieza a acorralar, pero carente de un valor argumental real, pues sostiene como una opción válida lo que es sólo una afirmación indemostrable. Se trata, pues, de una falacia, de la misma categoría que esas de las que suelen acusar los ateos a los creyentes. El "podría haber sido" es un condicional, estamos elucubrando desde el momento presente sobre un pasado que no llegó a ser precisamente porque, si ese pasado hubiera sido, no habría sido nuestro presente. Por eso, detrás de las palabras "podría haber sido" puedes añadir lo que gustes, tenga o no sentido, sea o no una estulticia, y no habrá manera de refutarlo. Un chiste muy viejo cuenta cómo un anciano le confiesa a un amigo: "Yo podría haberme casado con Sofía Loren", el otro contesta escéptico, "sí, claro", "te lo digo en serio", insiste el primero, "estuve a punto: yo le pedí que se casara conmigo y ella me dijo que no" :-).
Yo "podría haber sido" gobernadora de Atlanta :-), pues sí, claro que sí, "podría", y "podría" haber nacido en Katmandú y la vida "podría" estar basada en el bismuto en lugar del carbono. ¿Quién puede demostrar lo contrario? Pero me temo que, si alguien esgrime el argumento de la no falsabilidad para anular la hipótesis Dios, no sería muy honesto por su parte esconder ese mismo argumento en el fondo del cajón cuando se trata de aplicarlo a la falsabilidad de su propia hipótesis.
La naturaleza es como es actualmente y es de aquí de donde debemos partir, al menos, eso es lo que nos aconsejan los mismos ateos :-) que prestemos atención sólo a lo verificable. Pues lo verificable es que, actualmente, el mundo natural es una gigantesca, variadísima y asombrosa maquinaria perfectamente eficaz. Lo verificable es que en el cosmos existe un orden visible. Un orden real, objetivo, medible, no ilusorio o aparente. Si no existiera este orden, como afirma el físico Paul Davies en el primer enlace que ofrecemos en esta entrada, "la Ciencia quedaría reducida a una farsa sin contenido", puesto que toda ella basa su formidable andamiaje en la robusta realidad de ese orden. Si no hubiera orden en la naturaleza, las matemáticas, concebidas para describirlo, serían imposibles y, sin matemáticas, no habría Ciencia.
Azar es sinónimo de caos y el caos, por definición, no sigue normas o rígidas pautas, propias o ajenas, no elabora patrones ni dicta leyes inamovibles. Ni en uno ni en un millón de años. El ateo, leal como nadie a su compromiso con el materialismo, puede declarar si lo desea que el azar es el único autor de todo lo que vemos, pero afirmando esto, se verá abocado a admitir que ese azar, en el que confía tan ciegamente, y al que cree capaz de realizar -como escribió el biólogo Javier Sampedro- "escalofriantes contorsiones", no es el azar cotidiano que experimenta a diario y al que, como mucho, nuestro ateo sólo confiaría su deseo de que le toque la lotería :-). El azar en el que cree el ateo, no es el azar que opera en la naturaleza. El azar que opera en la naturaleza no es estéril ni errático, es un "azar" anómalo, excepcional, que escribe sus designios sobre papel pautado y los ejecuta en la naturaleza con una precisión matemática. En tres palabras: no es azar.
Recordamos, una vez más, que el materialismo es una corriente filosófica que surgió antes del s. XIX, a rebufo del espíritu de los tiempos y cuando la Ciencia todavía no sabía qué era esa misteriosa "materia" a la que estaba concediendo un poder cuasi omnímodo (aún hoy no lo sabemos con seguridad). Una doctrina surgida, en buena parte, como oposición a la concepción religiosa del mundo y no como resultado de los descubrimientos científicos. Pero fue una maniobra poco eficaz, porque nos sacaba de un dogma para meternos en otro. Por supuesto, si apelamos a la materia como única realidad posible, no queda otra opción que atribuir al azar todo lo que no sabemos cómo ocurrió. "No es que sea así, es que tiene que ser así, porque fuera del materialismo no encontramos ninguna otra explicación válida" declaraba ingenuamente un divulgador en cierto debate televisivo sin vislumbrar el alcance de su afirmación. Y así ha ocurrido desde entonces, "en el principio fue el fisicalismo" y cada nuevo descubrimiento científico fue "embutido" a empujones en su molde y lo que no encajaba, simplemente fue ignorado o tachado de "fraude", lo fuera o no. Hasta el día de hoy.
Los ateos acusan a algunos grupos religiosos (en muchas ocasiones con razón) de "retorcer" los descubrimientos de la Ciencia para que encajen en sus libros sagrados... Esta táctica, deshonesta venga de donde venga, no difiere demasiado de lo que hacen los fisicalistas: retorcer esos mismos hechos para que encajen en su estrecha concepción materialista del universo. Como consecuencia de una de esas fantásticas piruetas de acomodación, nació en el siglo XIX una nueva versión del azar: el habilidoso, concienzudo, inteligentísimo y, esta vez sí, "ilusorio", azar de los huecos :-)
A continuación les invito a leer unos párrafos de un artículo aparecido en la revista National Geographic Historia, nº 129, firmado por el matemático y periodista científico Enrique Gracián. El artículo está dedicado a la proporción de Fibonacci, y el "mágico" número áureo que se repite una y otra vez, casi obsesivamente, tanto en la Tierra como en el resto del universo. Una de las muchas pruebas de que la naturaleza, lejos de ser una amalgama informe y sin sentido (lo que esperaríamos de la actuación errática del azar), sigue unas rígidas normas matemáticamente estructuradas. Es un artículo excelente, no se lo pierdan:
"Se suele simbolizar con la letra griega Φ (phi) y su valor aproximado es 1,6180. Lo encontramos definido por primera vez en el libro VI de los Elementos del matemático y geómetra griego Euclides; allí aparece descrito como una relación entre longitudes, lo que sugiere que está asociado con la idea de proporción. La figura geométrica más sencilla que se puede construir manteniendo esta proporción es un rectángulo. Para ello basta con que el lado más pequeño mida 1, y el más largo, 1,6180. Esta sencilla figura es un rectángulo áureo, adjetivo que introdujo en la década de 1830 el matemático alemán Martin Ohm. ¿Qué tiene de especial? Que está en todas partes.
En los cánones estéticos de la antigua Grecia representaba las proporciones perfectas y se utilizaba en la mayoría de las construcciones arquitectónicas: fue patrón de belleza para los artistas del Renacimiento, aparece en la mayoría de las catedrales góticas y en el edificio de la ONU de Nueva York (...) (El arte imitando a la naturaleza :-)) La proporción áurea está presente en la arquitectura del ADN,
el crecimiento de multitud de organismos o la distribución de los planetas del sistema solar.
(Y, por supuesto, en el cuerpo humano :-))
- La relación entre la altura de un ser humano y la altura a la que se encuentra su ombligo.
- La relación entre la distancia del hombro a los dedos y la distancia del codo a los dedos.
- La relación entre la altura de la cadera y la altura de la rodilla.
- La relación entre las divisiones vertebrales.
- La relación entre las articulaciones de las manos y los pies... Entre otras.
Leonardo de Pisa, conocido como Fibonacci, fue uno de los matemáticos más destacados de la Edad Media. En su obra más relevante, El libro del ábaco, de 1202, expone un problema sobre la reproducción de conejos cuya solución le da pie a representar una sucesión infinita de números naturales (pueden consultar una explicación detallada de este problema de Fibonacci en el enlace anterior). La posibilidad de ir añadiendo elementos mediante una suma, pero sin alterar la forma, da lugar a una pauta de crecimiento que podemos observar en estructras de la naturaleza tan diversas como el desarrollo espiral de una galaxia,
las huellas dactilares,
o la distribución de los pétalos de las flores.
(Y no sólo en los pétalos :-))
Las espirales son líneas curvas que se generan a partir de un punto y se alejan del centro a la vez que giran a su alrededor. Esta curva ha fascinado desde antiguo a artistas y científicos; es un símbolo ornamental y religioso presente en muchas culturas, y una de las formas más frecuentes en el mundo natural. Entre los genios que aunaron las cualidades del artista y conocedor de las leyes de la geometría destaca el pintor Alberto Durero, quien en uno de sus libros sobre medición explica cómo dibujar una espiral a partir del rectángulo áureo. Si construimos un cuadrado en la izquierda de dicho rectángulo, a la derecha nos quedará un rectángulo más pequeño. Y resulta que este nuevo rectángulo también guarda las proporciones áureas. Este proceso se puede repetir hasta el infinito, con lo cual obtendremos una sucesión de rectángulos áureos y cuadrados cada vez más pequeños.
(Utilizando un compás, a partir de este "rectángulo áureo" se puede dibujar una espiral llamada "espiral de Durero").
En términos matemáticos no es una auténtica espiral, pero es una buena aproximación a la espiral logarítmica que el matemático suizo Jakob Bernoulli bautizó como Spira mirabilis, 'la espiral maravillosa'. El número áureo forma parte intrínseca tanto de la serie de Fibonacci como de la espiral logarítmica, dos conceptos matemáticos que se combinan en la formación de elementos tan dispares como plantas,
o galaxias.
(La relación entre las nervaduras de las hojas de los árboles, la relación entre el grosor de las ramas principales y el tronco y la relación entre las ramas principales y las secundarias también obedecen a la proporción áurea).
Así pues, el número Φ ... gobierna el desarrollo de distintos seres vivos. La distribución de las escamas en una piña tropical,
el desarrollo de la concha de los caracoles,
o la forma en que se agrupan las semillas de las plantas son algunos ejemplos de la presencia del número áureo en la naturaleza, lo que lleva a pensar que obedece a algún tipo de funcionalidad que aún desconocemos".
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