Esta actitud está perfectamente legitimada por los medios y la sociedad en general, y es que pensadores, filósofos, investigadores, científicos y demás fauna epistemológica suele estar clasificada como gente “tarada que pierde el tiempo en tonterías”, o como hoy se les conoce, “frikis”. Con esta vulgar artimaña quedan eximidos de lo que en teoría ellos mismos exigen: rigor.
Como acabo de mencionar, los medios juegan un papel determinante en la exaltación del cinismo. Si uno se detiene a observar la publicidad, ya sea en prensa, radio y no digamos en televisión, es fácil concluir que, bajo sus desenfadadas formas, se esconde la alabanza de los comportamientos más cínicos. En su afán por crear la necesidad artificial de un determinado producto, han decidido que todo vale, socavando sutilmente la estructura más íntima del individuo. Nos encontramos entonces con que, en una sociedad en que nadie vigila los valores, los creativos publicitarios obvian, incluso ridiculizan, cualquier tipo de escrúpulo moral, ya sea la honestidad, la solidaridad o la espiritualidad. Esta labor de vigilancia de los valores que, bien o mal, podía hacer antaño la religión, está mal vista, incluso a nivel personal, y es que, ¿qué tendrá que ver todo este asunto con la “tía buena” del anuncio que me vende asistencia mecánica para mi coche? Y digo yo, ¿qué relación guarda una mujer, ceñida y acicalada para la fiesta, con un taller mecánico? Todo es extraordinariamente sutil: un anuncio en donde el slogan es “No tenemos sueños baratos”, o “Te lo mereces”, es de un impacto psicológico directo. El anzuelo no puede ser más provocador, pero una reflexión más profunda no deja dudas de sus nauseabundas intenciones. Todo esto puede parecer puritano, pero incluso hacer parecer esta reflexión como un discurso puritano es objetivo de ese martilleo publicitario.
La publicidad se alía con el individuo en sus deseos materiales normalmente con maneras revestidas de humor e ingenio, pero nada le importa lo que quede de él y su esencia después de haberle sometido a la insaciable tiranía del tener. Lo más nocivo de los medios, y que con más sutileza se instala en la mayoría de la población, es la indiferencia y esa tóxica sonrisa que solo necesita levantar uno de los dos extremos de los labios; cinismo puro. Cuando hablo de indiferencia me refiero a esa inconsciente creencia que infravalora el daño que todo esto genera en la esencia de la persona, es decir, esa respuesta del tipo “bueno, hombre, no seas exagerado”, “tampoco es para tanto”, “solo es humor” y demás miserias cognitivas. Son estas respuestas las que tanto interesan precisamente al publicista, al vendedor, a la gran superficie, a la multinacional, al mercado financiero o al estatus quo consumista. Esto no son paranoias conspiranoicas, son estructuras que se van fijando en la filosofía vital de todos los individuos, renunciando, por inmersión en el materialismo, a cualquier alternativa personal que implique pensar por sí mismo. En cualquier caso, de esta conformación cultural habla perfectamente la antropología. Lo que a mí me interesa en último término es el modo en que esta frenética actividad mediática está generando en el individuo una incapacidad endémica para la reflexión sobre temas filosóficos de profundidad.
El cínico de hoy no sabe que es cínico, pero, además de comportarse como tal, también desconoce el perjuicio que se autogenera y el que deja en la sociedad y su progreso. El perjuicio para él es claro; al limitar voluntariamente sus experiencias y entender su perspectiva como definitiva, deja de acceder a la principal fuente de todo conocimiento, que es la duda, eliminando así la posibilidad de crecer y enriquecerse. Por extensión y en relación a la sociedad, es una actitud que resulta servilista de un sistema, el consumista, que, claro está, se muestra encantando con este tipo de actitudes.
Así, el cínico, en su pretendido rol de “iluminado”, paradójicamente acaba siendo manipulado sutilmente en su discurso reduccionista, y afianzando el mismo sistema del que pretende ser juez; y es que el consumismo no entiende de espiritualidades. Más allá de su falsa seguridad epistemológica, el cínico es un títere guiado por los hilos de una sociedad esclava de la inmediatez, el placer y el artificio; valores impuestos como sustitutos de la rechazada espiritualidad. Es la espiritualidad un valor que no necesita de mayores explicaciones; es consustancial al hombre y su esencia. El cínico, por naturaleza, tiende a negarlo, produciendo un vacío que suele llenarse con grandes cantidades de lo que sea.
Hasta ahora no he relacionado el ateísmo con el cinismo, más allá de los apuntes del inicio. En cualquier caso, entiendo que con lo expuesto hasta ahora no resultará difícil hacerlo. Como decía al principio, las distintas posturas en el asunto de Dios son frutos de elecciones personales y que, en última instancia, nada tienen que ver con la certeza de una cosa o la contraria. Esto lo sabe cualquier persona que esté profundamente comprometida con el conocimiento y medianamente informada. El cínico tiende a pensar, desde su superficialidad, que su postura es rigurosamente la correcta, confundiendo claramente rigor con seriedad. La idea de Dios que sostiene un cínico ateo es especialmente infantil. Una imagen antropomorfizada, absolutamente condicionada por su cultura y, en poquísimas ocasiones, meditada en profundidad. El cínico ateo se sirve de algunos datos manidos sobre la historia de las religiones y sus abusos, pero jamás sobre una búsqueda personal que aborde el concepto profundo y real de teísmo. Y es que resulta falsamente “progre” y está muy reconocido el discurso de denuncia sobre las mentiras que las religiones nos cuentan. Todo su discurso está condicionado por lo que esta o aquella religión cuenta sobre Dios, pero no sobre la última verdad de la existencia. Es una suerte de ateísmo contracultural de bajo espectro. Es decir, su postura tiene mucho más que ver con lo anti-religioso que con la búsqueda y constatación de “la verdad”.
Esta conclusión dibuja perfectamente el verdadero riesgo de esta corriente. A nadie se le escapa, quizás a los cínicos sí, que en toda esta ideología subyace un nihilismo autodestructivo, guiado por el individualismo y la competitividad. Ese nihilismo impide acceder a las más altas cotas de la perspectiva humana: una perspectiva general del proyecto que la humanidad está intentando. El cinismo ateo de hoy no es más que un trampantojo de la corriente cultural de la Grecia antigua. No es que haya olvidado aquella esencia crítica y productiva, es que el cínico de hoy solo es un maniquí autocomplaciente que trata de encajar en la sociedad, como el que es rockero o el que es del Racing de Santander; no tiene recorrido intelectual alguno, solo es una pose que le ha brindado el sistema y que ellos, en su falta de arrojo, han creído escoger voluntariamente.
Así que el cínico no hace más que aquello que critica, en su base, no difiere mucho del religioso, esto es, decide adherirse a una forma de pensar que le proporciona la protección del grupo (masa) y, si se quiere, hasta cierta distinción social. Y es que buscar la verdad por uno mismo o elaborar tu propio camino, no es que sea pseudocientífico o una salida propia de tarados, como pretenden, sino que requiere muchísimo más esfuerzo y tiempo que nadar, como un pez muerto, a favor de la corriente.
El ser humano ostenta un potencial enorme y actitudes como las de los cínicos en el debate sobre Dios no pueden ser consideradas debido a su profunda falta de compromiso con el conocimiento.
Volviendo al inicio del artículo, no se pretende aquí resaltar el teísmo sobre el ateísmo, la intención es rechazar de plano el cinismo como base de partida para la defensa del ateísmo. Por más manido que suene todo lo expuesto, no es sino un grito contra el sistema imperante; el capitalista. Este estatus, que vende libertad de oportunidades y placeres interminables, encuentra mil maneras de colarse en las ideologías de las personas, y el cinismo de hoy es uno de esos vehículos de expansión que sirven a la vez para extender y afianzar ese sistema, enarbolando la bandera de un falso ateísmo, conducido por la máxima del materialismo, en aras del nihilismo consumista que devora almas como la inquisición asesinaba inocentes.
Conclusión.
Muchos ateos sostienen su creencia sobre un cinismo cultural del que apenas son conscientes. Otros, los menos, reconocen que su opción no es más válida que la del teísta librepensador, y es que, en última instancia, solo queda creer, en un sentido o en otro. Lo ideal sería que todos fuéramos conscientes de esta incertidumbre que supone nuestra realidad, y que posturas como el cinismo fueran desechadas en aras de una meta común; el bienestar de todos. Y es que ¿qué interés puede tener un ateo en discutir mis creencias personales como creyente? ¿Iluminarme con su entendimiento y liberarme de mi supuesta esclavitud? Suponiendo que fuera así, ¿por qué ese ateo tendría esa necesidad? ¿No es esa una actitud altruista y solidaria, que responde a unos valores construidos y que no obedecen a una existencia accidental y competitiva? Ya, claro, conozco la respuesta a estas cuestiones. El cinismo de hoy, en definitivita, sí es un valor artificial, construido por una educación basada en los principios darwinistas, y reforzada por unos medios al servicio del consumo insaciable.
Necesitamos elevar la mirada, tomar perspectiva de nuestro proyecto global, reformular el sistema y acabar con ciertas actitudes que solo interesan a unos cuantos que manipulan desde las sombras. Finalmente, Dios es un concepto al que solo podemos ir dando o quitando atributos, en función de nuestra elección. Esta cuestión ambivalente (dar o quitar), me recuerda a un verso de Roberto Juarroz que un buen amigo tiene en la cabecera de su blog: "La clave del camino, más que en sus bifurcaciones, su sospechoso comienzo o su dudoso final, está en el cáustico humor de su doble sentido". Y a mí, esta circunstancia de una cosa y la inversa, me habla de intención, me habla de Dios como a otro le habla de lo contrario.
Profesora de Filosofía, conferenciante y escritora
Universidad de Zaragoza
Columnista del diario "El País"
A propósito de las generalizaciones de las que habla Sergio en este artículo, en retórica, se denomina falacia de arreglo de bulto a esa tendencia a agrupar en una misma categoría temas que suelen ser dispares, aunque en el imaginario popular estén de algún modo relacionados. Es ciertamente, como afirma el autor, un recurso muy usado entre los ateos. Basta que te identifiques como teísta, sin añadir ningún dato más, para que muchos ateos te incluyan, por su cuenta y riesgo, dentro de tal o cual nominación religiosa, dentro de tal o cual opción política, o, incluso, entre los adeptos de la Nueva Era, los ufólogos, los astrólogos, los tarotistas o los fans de "El Secreto", como me ha pasado últimamente :-). Es obvio que esto, además de cierto grado de ignorancia, también demuestra una forma de prejuicio realmente descabellada. Podríamos aventurar que muchos de estos ateos sienten que este "etiquetado" previo totalmente arbitrario les exime de la obligación de tomar en serio nuestros argumentos. Es casi como un descargo emocional, lo que justifica que interpretemos esta treta más como un ejercicio de autoconsuelo -e, incluso, autodefensa- que como un ataque real a nuestras ideas.
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