"La evolución del concepto de materia en los dos últimos siglos ha motivado que la mayoría de los entendidos renunciaran a 'naturalizar' la materia, mientras que el despegue de las neurociencias en la segunda mitad del siglo XX ha generado un clima de esperanza en la posibilidad de naturalizar la mente. Lo cual suscita una inocente -pero obligada- pregunta: si se es incapaz de naturalizar algo ¿cómo es posible naturalizar las más complejas estructuras desarrolladas a partir de ese 'algo'? Podríamos estar ante el entusiasmo propio del neófito, pues ya se sabe que los recién llegados tienden a ser ingenuamente optimistas. Como la neurociencia atraviesa todavía su etapa fundacional, los que la cultivan gustan de pensar que, aunque no seamos capaces de dilucidar lo que hay dentro de las piedras, sí somos o seremos capaces de averiguar qué se cuece en el interior del cráneo. Es como si alguien renunciara a desvelar los secretos de los individuos que forman una ciudad, pero se propusiera desentrañar hasta el último misterio de la comunidad que forman. No es una pretensión absurda, pero sí chocante.
Se podría alegar, por ejemplo, que la integración dentro de un colectivo hace que se pierdan muchos detalles por un efecto de compensación, de manera que no es extraño que las masas se comporten con menos sofisticación que cada uno de sus componentes. Podría ser, pero para que eso ocurra tiene que darse un efecto 'simplificador' en el proceso de agregación, el cual genera un 'ruido' termodinámico que diluye las idiosincrasias particulares. Por ejemplo, no hay teoría física que ahora o en un futuro previsible pueda predecir con exactitud el movimiento de un solo átomo, pero si este átomo está inserto en una red cristalina, sus vaivenes oscilarán en torno a una posición media de equilibrio. Exactamente lo mismo ocurre con el resto de átomos que forman la red, de manera que las 'peculiaridades' de cada uno de ellos carecen de importancia cuando consideramos la globalidad que forman. Las porciones macroscópicas del material resultante se comportan de forma cuasideterminista y adquieren propiedades mecánicas, térmicas, eléctricas, etc. invariables. Los neurólogos naturalistas defienden que algo parecido ocurre cuando una colección de átomos se juntan para formar el gelatinoso kilo y medio de material encefálico.
En principio, entre un cerebro y una porción equivalente de calcita hay algo en común, y es que en ambos casos tenemos trozos altamente formalizados de materia. Pero también existe una clara diferencia: en el cristal la estructura es simple e igualatoria, mientras que en el encéfalo la estructura es complejísima y no potencia precisamente respuestas homogéneas ni comportamientos sometidos a las leyes de la termodinámica, sino todo lo contrario.
Erwin Schrödinger fue uno de los primeros en llamar la atención sobre las consecuencias de esta elemental constatación, y por eso hablaba de la 'entropía negativa' como rasgo definitorio de lo biológico y de 'cristales aperiódicos' como descripción de los más pequeños fragmentos de cualquier material orgánico encargado de alguna función crucial en la economía de la vida.
En realidad, glosar las complejidades de los vivientes ha sido un lugar común desde los albores de la biología, sobre todo desde que en el siglo XVII, Leeuwenhoek y Swammerdam aplicaron el microscopio a los estudios anatómicos. Todavía lo sigue siendo y parece ser que si el libro de récords Guinnes tuviese un apartado dedicado a lo más complejo de lo complejo, el premio mayor sería para el cerebro. No es una afirmación mía, sino fácilmente localizable en los escritos de los más destacados partidarios de la naturalización de la conciencia, como el premio Nobel Gerald Edelman o los neurofisiólogos Rodolfo Llinás y Elkhonon Golberg.
Si las cosas están así, ¿cómo es posible obviar el inconveniente? Lo más probable es que la dimensión 'complejidad' se considere aquí irrelevante por un razonamiento análogo al del ácido sulfúrico: también esta molécula es más compleja que cada uno de los átomos que la forman, pero eso no importa. Lo decisivo es que, al tener mayor tamaño que el electrón, le afecta menos la indeterminación de posición y momento y, al no subsistir más que a bajos niveles de energía, da igual que desconozcamos lo que ocurre en otros rangos energéticos. Es comprensible lo que se pretende concluir de aquí: el cerebro es claramente un objeto macroscópico, cuya existencia requiere una temperatura próxima a los 37º, de manera que poco tiene que decir al respecto la física de partículas. Destacados científicos y filósofos naturalistas así lo han aseverado. He aquí un texto muy representativo de William H. Calvin:
Catedrático de Filosofía en la Universidad de Sevilla
Extractos de "La conciencia inexplicada", 2015
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La asunción de un determinismo estrictamente legal, sin fisuras, en la naturaleza no se desprende de nuestra experiencia (Hume). Resulta ciertamente esencial para el conocimiento de la naturaleza, pero solo como una necesidad subjetiva de nuestra razón (Kant). Uno debería considerar mejor la causalidad como una estructura de condiciones necesarias y suficientes (Mill, Mackie) en la que no se habla de determinismo.
Ni la física ni la investigación del cerebro justifican un determinismo estricto. La física enseña que los procesos deterministas estrictamente legales y los procesos dirigidos temporalmente, irreversibles, nunca se dan en los fenómenos naturales al mismo tiempo, sino de forma alterna. Y la investigación del cerebro solo puede, en tanto que no se refiera a la física, mostrar una red débil de condiciones necesarias, pero no suficientes para la consciencia y las operaciones cognitivas conscientes.
Ningún sistema biológico se desarrolla de manera estrictamente determinista. En los organismos operan las leyes de la termodinámica no lineal lejos del equilibrio. Los seres vivos poseen un metabolismo y se desarrollan en procesos irreversibles. ¿Y esto debería ser diferente en el caso del cerebro, que es nuestro órgano más complejo? Aquí el término ‘mecanismo’ es algo engañoso porque ningún mecanismo neuronal funciona de manera estrictamente determinista, ni siquiera una red neural artificial como el ordenador de cálculo en paralelo, que se construye siguiendo el modelo del cerebro.
Las neuronas son parte de la red neuronal en el cerebro y componentes causales de la actividad cerebral, pero no hay que confundir la actividad cerebral física con los fenómenos mentales, con nuestros contenidos de la conciencia. Entre cerebro y consciencia no existe una relación del tipo parte-todo. Las neuronas no son componentes de la consciencia, sino del cerebro, y sus descargas son un proceso electroquímico, pero no una actividad causal que explique la conciencia.
En la actualidad no se conoce ningún mecanismo que pueda explicar ni remotamente cómo produce el cerebro nuestra conciencia. La analogía entre el procesamiento de la información en el ordenador y el cerebro no proporciona ninguna explicación, sino tan solo un modelo. Y aun cuando este modelo resulte tan útil actualmente para la investigación del cerebro, podría estar equivocado, es decir, no tener en cuenta la realidad en aspectos esenciales.
Las neurociencias y la fenomenología filosófica son, por tanto, dos aproximaciones contrapuestas a la existencia humana que de ningún modo se contradicen, sino que se complementan mutuamente. Son complementarias la una de la otra y las dos tienen su justificación. Las neurociencias contribuyen a reconocer con más extensión que nunca el condicionamiento natural del hombre y la fenomenología busca que el hombre sea consciente de su libertad y que conozca mejor su ámbito de maniobra. Los problemas comienzan a surgir cuando una de las dos disciplinas se declara absoluta y niega a la otra su valor cognoscitivo".
(Incisos en gris añadidos)
Pueden hacerlo si lo desean desde aquí y aquí.
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