Seguimos con la serie de artículos del doctor Pelacho Aja sobre el ensayo de Lawrence M. Krauss "Un universo de la nada". En esta ocasión, el doctor reseña los capítulos uno y dos, con él les dejamos:
En el
primer capítulo se describe el cambio de concepción sobre el universo que tuvo
lugar en el siglo XX, gracias a varios descubrimientos y bajo la guía de
algunas lumbreras científicas, como Einstein y otros. El universo deja de verse
como algo estático, en favor de una cosmovisión que implica un mundo en
expansión desde que tuvo lugar el Big Bang. Esto, según el autor, conduce a
buscar un origen que agrada enormemente a algunas esferas cristianas, como al
Papa Pío XII. Para Krauss, este Papa llegó a hablar de una confirmación
científica de la creación del universo, aunque en realidad Pío XII no afirmó esto de manera tan rotunda. Sin embargo, sí es cierto que sus palabras
son fácilmente interpretables en este sentido, y por ese motivo el sacerdote y
científico Georges Lemaître, padre de la idea del Big Bang y miembro en su día
de la Academia Pontificia, advirtió al mismo Papa que el concepto
teológico o metafísico de creación es algo de carácter muy distinto a la teoría
científica del Big Bang. Es de agradecer que Krauss mencione este aspecto, pues
es algo que de manera habitual confunde la mayoría de la gente.
Cuando se habla de Creación desde el punto de vista filosófico no se está
pensando en que sea necesario que haya habido un momento temporal del origen
del universo. Lo que se quiere decir es que lo que existe debe su existencia a
un creador, que mantiene en el ser lo creado. Se trata de una dependencia
ontológica (es decir, en el plano del ser), que no implica necesariamente un inicio
temporal. En el campo teológico basta con saber que toda la creación, incluido
el hombre, ha sido creada por Dios y depende de Él en su ser. El autor del
libro sólo menciona el desagrado de Lemaître que entendía bien este aspecto de
la doctrina tomista, pero no lo da como algo asumido plenamente por la teología
católica y la filosofía cristiana. Puede suponerse que es por el
desconocimiento del cosmólogo de esta doctrina, como ocurre también con tantos
otros científicos. Seguro que sobre este asunto habrá que volver numerosas
veces al comentar este libro porque es una de las cuestiones más frecuentes que
se plantean al pensar en el origen del universo, confundiendo los planos físico
y metafísico.
Como el autor del libro menciona más adelante, son las pruebas empíricas las
que van a llevar a la conclusión, prácticamente aceptada en la actualidad, de
que el universo está en expansión. Hubble y algunos otros hicieron ese trabajo
durante el siglo XX, como queda muy bien explicado en este capítulo.
El autor menciona una de esas ideas tan atractivas que suelen mostrarse
cuando se habla de cosmología al gran público. Es la idea de que todo lo que
existe ahora, humanos incluidos, contiene los mismos elementos que las
estrellas primitivas. Somos “hijos de las estrellas” porque nuestros cuerpos
están hechos del polvo de las estrellas que en su día explotaron. En la famosa
serie documental “Cosmos” Carl Sagan ya sacaba a relucir esta idea tan
atractiva. Sin embargo, pienso que no es del todo cierta, pues en realidad nada
ni nadie contiene exactamente lo mismo que había hace miles o millones de años.
Hay una transformación continua y no queda casi nada del principio. Quizá de lo
poco que queda es la radiación cósmica de fondo, pero de eso no se habla en
este capítulo. Es como si pensáramos que tenemos las mismas células que cuando
éramos unos bebés. Todo nuestro cuerpo ha sufrido cambios y somos realmente
diferentes que hace unos años, también en la mayor parte de la composición
material. Igualmente, aunque el universo contenga los mismos elementos químicos
es distinto a como era al principio. Quizá este comentario pueda parecer de
poca importancia, pero lo expongo aquí porque se está dando la impresión de que
es el propio universo (la materia en sí misma) la que da razón de la existencia
de todo lo que hay ahora mismo, como si lo único que tuviera el hombre fuera
materia y esa materia estuviera ya determinada desde el inicio del universo. Si
estuviéramos hablando en general de la materia del universo, quizá no habría
problema en aceptar esto, pero en el caso del hombre hay algo más que materia.
No sólo somos “hijos de las estrellas”. Hay algo más que necesitamos saber para
explicar qué es el hombre. En el fondo, sin decirlo, se está otra vez asumiendo
un criterio cientifista para explicar una realidad que va más allá de lo puramente material.
Respecto al capítulo segundo, el escritor explica los diferentes modelos de
universo que llevarían a éste a finales distintos, según el escenario adoptado.
Se trata de considerar el universo como plano, abierto o cerrado. En el segundo
caso el universo estaría permanentemente en expansión, mientras que en el
último se colapsaría en algún momento, dando lugar a un Big Crunch. Para
averiguar en qué situación estamos es necesario saber la masa contenida en el
universo, pero ésta va más allá de la observable. Hay que tener en cuenta la
materia oscura que, como se está comprobando, en realidad está presente en una
proporción muy elevada. Casi la totalidad del capítulo está dirigido a explicar
la importancia que tiene este tipo de materia en el modelo cosmológico que
resulte más adecuado para entender el universo y su final.
Miguel Ángel Pelacho Aja es físico,
Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid
y doctor en Ciencias Físicas por la Universidad de Navarra.
Otra cuestión peliaguda :-)
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