"El principio de razón suficiente dice que todo ser tiene una razón de ser. En la vida ordinaria no hay nada más evidente que este principio. Si por la mañana alguien observa una mancha de tinta china roja en su camisa, inmediatamente pone el grito en el cielo:
-¿Quién ha manchado mi camisa? ¡No diréis que la mancha ha aparecido porque sí, sin ninguna razón!
Si alguien se atreve a sugerir que el principio de razón suficiente es dudoso, o subjetivo, o que puede fallar, se hace inmediatamente sospechoso de haber manchado la camisa.
De todas formas, los escépticos, desde Hume*, se han vuelto muy exigentes en este punto. No les basta la evidencia ordinaria (lo cual, de por sí, ya es paradójico teniendo en cuenta que su cacareado lema es "nada sin evidencia" :-)). Necesitan una demostración para la objetividad y la universalidad de este principio, y no la encuentran.
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Otra equivocación que se va cometiendo desde los tiempos de Hume consiste en confundir la causalidad reproductiva con la causalidad creadora. Este infortunio filosófico equivale a dar por explicado el origen del Quijote por medio de una serie infinita de reproducciones en fotocopia del mismo. Cervantes no pinta nada en todo esto, ni hace la más mínima falta. Cada ejemplar del Quijote tiene su causa en la fotocopia de un ejemplar anterior y así ad infinitum.
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Supongamos que en una empresa de géneros de punto un encargado hace un pedido de un millón de rebecas. Dándose el caso de que la rebeca no está de moda esa temporada, esta compra lleva a la empresa a la ruina. El jefe de personal llama al encargado y le pregunta:
-¿Por qué ha pedido usted un millón de rebecas?
El encargado responde:
-Recibí órdenes de mi superior.
Entonces el jefe formula la misma pregunta a dicho superior y recibe la misma respuesta. Con cierto enfado el jefe prosigue su interrogatorio de superior en superior, pero siempre va recibiendo la misma respuesta y siempre resulta que existe un superior de mayor rango.
En medio de este frenesí de interrogatorios, detenemos al jefe un momento y le preguntamos:
-Oiga, buen hombre, ¿dónde quiere usted ir a parar? ¿No tiene bastante explicación de lo ocurrido después de haber preguntado a veintitrés personas? ¿Por qué no lo deja ya?
No hace falta mucha imaginación para suponer la respuesta que recibiremos:
-Hasta ahora no tengo ninguna explicación satisfactoria de lo ocurrido y le aseguro que no pararé hasta encontrar al culpable.
Es evidente que al jefe de personal no le convencen ni diez, ni veintitrés, ni mil, ni infinitas respuestas como éstas que le dan estos encargados porque son respuestas que hacen referencia a otras ulteriores. Él busca una respuesta satisfactoria: es decir, una respuesta como la siguiente:
-Yo decidí la compra de este millón de rebecas.
El jefe de personal ha visto hundir su empresa y sabe que hay un responsable último de ello, no un intermediario que recibe órdenes, sino una cabeza que da órdenes y que no depende de otro. Nadie engañará a este jefe enfurecido haciéndole creer lo que desde hace siglos los ateos y agnósticos intentan inculcar en sus clases de filosofía: "Que es suficiente con la explicación número veintitrés, o con una explicación que nos remite al infinito, o que es bastante con una ley general según la cual las órdenes proceden de una bruma impenetrable".
El jefe de personal no está para cuentos. Es hombre de ideas claras y sabe que los sucesos reales requieren causas reales, no brumas que remitan al infinito. En este ejemplo hace falta un responsable del hecho y sólo éste puede rendir cuentas del acto. Mientras no se halle este primer causante, hay que seguir preguntando...
Es una lástima que el jefe de personal cuando se pone a indagar como filósofo sobre el por qué de las cosas se contente con llegar a la respuesta número veintitrés que remite a ulteriores respuestas".
Alejandro Sanvisens Herreros
Doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona
Transcribo estos párrafos de su libro "¿Pero quién creó a Dios?", ISBN: 84-313-2074-5, publicado en 2003.
Es una obra, cuando menos "curiosa" y apenas conocida, por lo que, creo, merece un poco de atención por nuestra parte. Estoy leyéndola con agrado, pues no se puede negar la indudable pasión del autor hacia su profesión, hacia la filosofía y hacia las dos compañeras de viaje de ésta, la teología y la metafísica, así como su evidente erudición en el ámbito de la física y la biología. He de confesar, sin embargo, que no comparto todas sus tesis, y que, en algunos tramos, el discurso, siendo un texto con vocación divulgativa, se me antoja excesivamente "religioso", dicho sea con todo respeto y sin ánimo de ofender a nadie. Pero esta no es razón suficiente para descartarlo ni dejar de transcribir algunos pasajes que, como éstos que hoy les ofrezco, me resultan especialmente lúcidos y cuyo contenido subrayo de principio a fin. En su libro, Sanvisens ilustra toda su argumentación con acertadas analogías similares a las que nos propone en estas líneas, concebidas deliberadamente para que el lector no iniciado en la materia pueda aprehender con facilidad unos conceptos que, dada su temática ontológica, suelen ser endiabladamente abstrusos. A estas virtudes debemos añadir el tono humorístico que suaviza toda la obra, algo muy de agradecer cuando se abordan este tipo de densos tratados.
(En algunos sitios de internet se acusa a Sanvisens de "creacionista". No he estudiado toda su obra, por tanto, mi información al respecto es algo limitada, pero tras examinar con atención los postulados que propone en este libro que aquí citamos, he de decir que no veo similitud entre sus ideas y las de los creacionistas, aparte de la obvia y común a todos los creyentes, científicos o no, es decir, Sanvisens propone que la evolución de las especies -que no niega en ningún momento- tuvo, como todo lo existente, una Causa Inicial que el método científico no puede alcanzar por permanecer aquélla fuera del universo y, por tanto, del área de acción de la ciencia. Muchos científicos ilustres y respetados, creyentes, aunque NO creacionistas, mantienen exactamente lo mismo que él.
Los creacionistas, a quienes conozco bien, afirman, en cambio, que el mundo se creó en seis días, que la Tierra tiene sólo seis mil años de antigüedad y que el Génesis de la Biblia debe ser interpretado de forma literal, como si se tratara de un libro de biología y cosmología, y no como lo que es: un texto religioso que trata de transmitir una verdad teológica usando como base metafórica la cosmovisión que era propia de la época en que fue escrito. Repito, yo, hasta el momento, no he visto que las ideas de Sanvisens se ajusten a esta declaración de principios tan conocida de los creacionistas, por lo que, a pesar de que no comparto todo su ideario, seguiré transcribiendo aquellos párrafos de su obra en los que se expongan criterios que sí coincidan con mi modo particular de entender las posibles implicaciones filosóficas de la evolución tanto biológica como cosmológica).
Aprovechamos el doble inciso para advertir algo que quizás debimos dejar claro desde un principio: el hecho de que transcribamos pasajes de obras más o menos conocidas que aborden directa o indirectamente los temas que tratamos en este blog, no significa, necesariamente, que suscribamos TODA la ideología personal de los autores de esas obras, aunque en algunas ocasiones, (como es el caso de Paul Davies por citar uno), sí sea así. Por esta razón, alguna vez hemos publicado reflexiones de los defensores del Diseño Inteligente, citas que incluyen aquellos aspectos puntuales de sus propuestas coincidentes con nuestra tesis (apariencia de direccionalidad en la evolución, necesidad de una revisión de la teoría de Darwin, dificultad de la generación espontánea del ADN, etc), pero nuestra adhesión se limita ÚNICAMENTE a lo expresado en esos párrafos que publicamos, en ningún momento nos adherimos al postulado íntegro de este movimiento.
Aclarado esto, creo que podemos asegurar, sin lugar a dudas, que el nombre del profesor Alejandro Sanvisens volverá a aparecer por aquí, aunque discrepemos con algunas de sus teorías.
Estén atentos, pues, si su estilo socarrón y apasionado les ha agradado como a nosotros
:-)
"¿Qué es una ley de la naturaleza? Muchos de mis críticos no abordan esta cuestión. Decir que una ley de la naturaleza consiste en que todos los cuerpos se comportan en cierta forma (por ejemplo, se atraen mutuamente con arreglo a cierta fórmula), es, sugiero, sólo decir que cada cuerpo se comporta de dicha forma necesariamente. Y es más fácil suponer que esta uniformidad surge de la acción de una sustancia que causa el comportamiento uniforme de todos esos cuerpos que suponer que el comportamiento uniforme de todos esos cuerpos es un hecho bruto, más allá del cual no se puede ir".
Colaborador de la NASA
Fue director de la revista Astrophysical Journal
"Las ciencias presuponen la existencia del mundo que nos rodea y tratan de dar una respuesta a la pregunta acerca de cómo está constituido, qué leyes lo rigen e incluso cuál ha sido su origen físico; pero no entran en la cuestión del sentido ni de la razón de su existir. Este problema es el que siempre se le escapa a la ciencia y sobre el cual tenemos todo el derecho a hacernos preguntas"
Catedrático emérito de Geofísica en la Universidad Complutense de Madrid
Jesuíta, autor, entre otros, de "Historia de la Física. De Arquímedes a Einstein", 2004
Por supuesto, si la pregunta nos resulta molesta, lo más cómodo es no formulársela, de este modo nos evitamos desazones intelectuales o psicológicas. Lo injusto, y yo diría que incluso malévolo, es obligar a los demás a que tampoco se la formulen, revistiendo tal decreto con una supuesta autoridad moral autoarrogada.
Pero lo cierto, es que esa respuesta tan ampliamente aceptada (es decir, "porque sí" o "porque no"), en el mundo real no es válida ante tribunal alguno, ni en una comisaría de policía, ni en una aduana si eres pillado en falta, ni mucho menos, delante de la clase cuando tienes diez años y tu profesor te pregunta por qué no has hecho los deberes :-) Todos aquellos que defienden el "porque sí" a ultranza no aceptarían esta "explicación" de labios de alguien que les cogiera el coche sin permiso, o, como defiende Sanvisens Herreros, si encontraran una mancha de tinta en su camisa... Todo el mundo exige agentes, "culpables". Pero, cuando se trata de la respuesta al "¿Por Qué"? más trascendental de todos, el que implicaría el conocimiento del origen y sentido últimos del universo y el rol que desempeñamos en su vasto escenario nosotros y los demás seres vivos de éste u otros mundos, en ese caso, nos dicen, es "absurdo" exigir "culpables". La respuesta "porque sí" es considerada válida, lógica, inevitable y la más "racional" de todas las posibles. Lo es, de hecho, para muchísima gente, incluidos no pocos científicos, que, simplemente, se niegan a considerar la cuestión porque la posible respuesta que ese paso intelectual al frente les proporcionaría no encaja en su código deontológico, (una imposición heredada de la Ilustración), en su mal entendida ética profesional, en sus prejuicios ideológicos y, por consiguiente, en su férreo compromiso con el materialismo.
Evidentemente, si consideras que las leyes del universo, también férreas, existen "porque sí" y surgieron de la "nada" (algo en ningún modo demostrado ni demostrable), cualquier sentido o finalidad se vuelve "felizmente" innecesario :-) Lo cual es harto conveniente si entre tus prejuicios consta el de creer, por ejemplo, que aceptar una acción creadora por parte de un Ente desconocido pondría trabas a tu investigación: es un hecho constatado que muchos científicos afirman (y esto sí me parece el colmo del absurdo) que aceptar la premisa de que Dios está detrás de la realidad visible restaría "emoción" a la aventura de descubrir (¿?¿?).
(El genetista Francis Collins y el físico A. Fernández-Rañada nos muestran aquí lo erróneo de ese planteamiento. Aquí pueden consultar todas las entradas sobre el falso conflicto ciencia-fe).
"Lo importante es no dejar de hacerse preguntas"
Albert Einstein
Físico alemán
Formuló la teoría de la Relatividad
Premino Nobel de Física en 1921
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