Cedemos la palabra de nuevo al profesor Sols, los incisos en gris son añadidos nuestros:
"Como el análisis serio del caso Galileo va dejando la impresión de que solo hubo un caso así, a veces se buscan otros que sirvan de base a la afirmación de que siempre ha habido oposición de la Iglesia a la ciencia. El más recientemente invocado se refiere a la biología: la teoría de la evolución. Como indicación de que la Iglesia tomó una posición contraria se suele aducir el hecho de que algunos sacerdotes se opusieron inicialmente a ella, olvidando que otros muchos la apoyaron. La verdad es que la Iglesia se limitó a pedir que no se entienda el alma como simple resultado de la evolución biológica (esta petición reaparece, por ejemplo, en la encíclica de Pío XII Humani Generis), lo que no supone un caso de intromisión en la ciencia, pues espíritu y alma no son nociones científicas, sino filosóficas. El cuerpo humano -esencialmente la información de su ADN- bien puede ser, y nadie con cultura lo niega, el resultado de una evolución (al fin y al cabo, es 'barro de la tierra'), pero no así su alma, realidad espiritual muy distinta: 'soplo divino sobre ese barro', cada vez que comienza una vida humana.
En su libro El Gran Diseño, Stephen Hawking menciona el decreto del obispo de París, Etienne Tempier, en 1277, promulgado por encargo del Papa Juan XXII, condenando las tesis averroístas de Siger de Brabante. Hawking dice que 'se condenó la idea de que la naturaleza obedece leyes, pues esto entra en conflicto con la omnipotencia de Dios' (leyes sin legislador, recordamos :-), visión sin ojo, pensamiento sin mente), lo que equivaldría (para Hawking) a la prohibición de una actividad científica que buscara tales leyes. Lo que en realidad se condenó no fue eso, sino la afirmación de que esas leyes son necesarias, pues eso iría contra la libertad de Dios, así como el hecho de que no pueda haber más mundos que los conocidos, lo que también supondría un límite para esa libertad. La verdadera consecuencia del decreto es que las leyes no pueden ser deducidas, sino observadas, y es por tanto una llamada implícita a la observación experimental, exactamente lo contrario de lo que interpreta Hawking. De hecho, Pierre Duhem denomina a este documento el Acta de nacimiento de la ciencia moderna, pues dio lugar a lo que Woods ha llamado 'la primera revolución científica', al romper con la autoridad de Aristóteles para el estudio de la naturaleza y optar por la experimentación (se refiere a Thomas Woods).
También se ha especulado con el encierro que sufrió el gran propulsor de la experimentación, el monje franciscano Roger Bacon, como si se tratase de un caso de represión de la ciencia por parte de la Iglesia, pero sabemos que aquello fue un encierro correctivo de su propia orden por razones que no sabemos.
(En todo caso, causas disciplinares internas, no científicas, respecto a este asunto, leemos en Wikipedia: 'la famosa Historia de la Ciencia de David C. Lindberg dice que el encarcelamiento de Roger Bacon «... si es que ocurrió, que lo dudo, probablemente fue consecuencia de sus simpatías por el ala radical "de pobreza" de los franciscanos, una cuestión completamente teológica, más que de cualquiera de las novedades científicas que pudo haber propuesto»').
Pasando al campo de la química, también se presenta a veces la alquimia como ciencia anatemizada por la Iglesia. Para empezar, observemos que no se trataba propiamente de una ciencia, sino más bien de un conjunto de creencias extrañas, como que los metales eran seres vivos compuestos de cuerpo y alma, y que todos ellos surgían de las uniones sexuales del azufre (masculino) y el mercurio (femenino). Con todo, cuando se va a la fuente documental, no se encuentra rastro de tal anatema de la alquimia, sino más bien de ciertas doctrinas de algunos sabios que, además, eran alquimistas. Este es, por ejemplo, el caso de Arnau de Vilanova, quien probablemente fue alquimista, y del beato Ramón Llull, que sin duda lo fue... Pero en ambos casos solo se condenaron sus concepciones milenaristas, es decir, sus afirmaciones sobre la proximidad del fin de los tiempos (una vez más, cuestiones teológicas, nada que ver con la ciencia. Suma y sigue).
En el caso de la medicina se han hecho a la Iglesia tres acusaciones, veamos cuáles y con qué fundamento.
Según la primera acusación, la Iglesia prohibió en la Edad Media la disección de cadáveres. Sin embargo, cuando se acude al documento que usualmente se cita, un decreto de Bonifacio VIII, no se encuentra nada parecido. Pedro Gil Sotres, experto en ciencia medieval, dice: «El único texto que, mal interpretado, ha podido ser fuente de error, es la Decretal Detestanda Feritatis, promulgada por el Papa Bonifacio VIII el 27 de septiembre de 1299. Allí, bajo pena de excomunión, se prohíbe el desmembramiento del cadáver, o hervirlos para separar la carne del hueso. Lo que se busca es desterrar una costumbre que se había extendido por la cristiandad y que afectaba, sobre todo, a las personas reales o nobles, que querían que a su muerte sus restos se enterrasen en algún santuario de su devoción. O también el llamado enterramiento mos teutonica, que servía para trasladar los restos a largas distancias -práctica que se había venido realizando desde las Cruzadas-».
La mejor manera de responder a esta cuestión quizá sea esbozar una historia, en breves trazos, de la disección de cadáveres. Las primeras se practicaron durante la llamada edad de oro de la escuela alejandrina (siglos III y II a. C.), pero más tarde fueron prohibidas por las autoridades, pues en el mundo antiguo el enterramiento de cadáveres era visto como voluntad de los dioses... De hecho, hacia finales del siglo II d. C., Galeno de Pérgamo, médico de Marco Aurelio y partidario de esta práctica, tuvo que limitarse a diseccionar monos, por lo que sus libros causaron cierta desorientación a sus lectores en la Edad Media. Cuando la ciencia médica pasa al Islam, no existe la práctica de disección de cadáveres, ni los árabes la introducen, y así llega esta ciencia hasta el mundo cristiano en el siglo XII sin que se haya planteado la cuestión. Se inicia esta práctica a finales del siglo XIII, con el comienzo de la revolución experimental de que hemos hablado, en los trabajos del cirujano Henri de Mondeville (1320) y del anatomista Mondino de Luzzi. Ambos comenzaron a disecar cadáveres sin oposición alguna de la Iglesia, sino más bien al contrario: la llamada Anatomia Mondini, de 1316, basada en las disecciones de este último, se enseñó en las universidades durante dos siglos, hasta que cedió paso en el siglo XVI a la obra más perfecta de (Andrés) Vesalio, basada en nuevas disecciones. Este es el siglo en que también practican disecciones Paracelso y Miguel Servet, así como los artistas Boticelli, Durero, Miguel Ángel y Leonardo.
Más extraña resulta la segunda acusación, que la Iglesia haya prohibido la práctica de la medicina, precisamente porque los primeros hospitales surgieron de la beneficencia de la Iglesia, haciendo posible el estudio sistemático de esta ciencia. Pero cuando se consultan los dos documentos que se citan usualmente para lanzar esta acusación, resulta que en uno se recomienda que se procure antes al enfermo la medicina del alma, la atención espiritual (en ningún caso se prohíbe que se cure al enfermo, solo propone el orden en que se debe actuar, y es comprensible en una época en la que se pensaba que el enfermo que moría sin confesión corría peligro de condenarse, mejor ponerse antes en paz con Dios, por si el médico del cuerpo falla... que solía fallar). En el otro se prohíbe, sí, la práctica de la medicina, pero ¡a los monjes! El primer documento son las actas del Concilio de Letrás IV (1215) que dicen: 'Cuando el enfermo llame al médico, que este le persuada de que también llame al médico del alma y, cuando por éste haya sido atendido, que proceda el médico del cuerpo. Y que nunca le recomiende procesos curativos que pongan en peligro su alma'. Y es que por esos tiempos, en el sur de Francia, algunos médicos recomendaban intercambios sexuales como medio curativo (prácticas sexuales con el mismo médico, se entiende :-)).
En cuanto a la prohibición de ejercer la medicina, los documentos que se citan se refieren solo a los monjes. Este es, por ejemplo, el pasaje correspondiente de las actas del Concilio de Clairmont: 'Que los monjes no estudien para ganar dinero en la práctica del derecho y la medicina' (entre otras razones porque consideraba que el monje debía dedicarse a 'sus labores' :-)).
Tratemos ahora de otro documento, del Concilio de Tours de 1163, donde supuestamente la Iglesia se opone a la práctica de la medicina en virtud del principio Ecclesia abhorret a Sanguine. Así aparece, por ejemplo, en la Historia de las Ciencias de (Stephen) Mason (Alianza Editorial). Pero no se encuentra tal principio ni en los documentos de ese Concilio ni en ningún otro documento de la Iglesia. Se ha llegado a atribuir a Inocencio III una encíclica con ese título, pero es extraño, pues entonces no había encíclicas, ni se encuentra nada en ningún documento parecido, cuando se consultan en la colección Mansi los emitidos durante ese papado. En realidad, la expresión Ecclesia abhorret a sanguine aparece por primera vez en plena Ilustración francesa en la Historia de la Ciencia de François Quesnay, de 1744, con la intención de desprestigiar a la Iglesia. Lo que se lee en las actas del Concilio de Tours es de nuevo una disposición para que los monjes eviten los estudios propios de la vida secular.
Resumiendo, que la promulgación del famoso principio por el que la Iglesia prohibía la práctica de la medicina es, simple y llanamente, una mentira. Seguimos sumando.
Muy al contrario, la cirugía se practicó sin interrupción desde la antigüedad y en la Edad Media, sin que hubiera prohibición alguna, aunque se trataba de una cirugía muy externa -nervios, extremidades, extracción de cálculos, cataratas- hasta que en el siglo XVI se resolvieron los problemas del dolor y de la sepsia. Precisamente fue un hombre profundamente religioso, Ambroise Paré (considerado padre de la cirugía moderna), quien habría de introducir la ligadura de arterias como alternativa al cauterio.
La tercera acusación es un buen ejemplo de la frivolidad con que se propaga, sin contraste documental, este tipo de infundios. Se trata de una acusación que ha durado mucho, y aún hoy se repite de vez en cuando. Su procedencia ha sido estudiada por Donald Keefe en un artículo, 'Tracking the footnote', en que analiza el origen de una cita supuestamente atribuida al papa León XII (1829): 'Quien se hace vacunar, deja de ser hijo de Dios. La viruela es un juicio de Dios, y por tanto la vacuna es una afrenta al Cielo' (les dejamos aquí un enlace a Wikipedia donde se trata, entre otros asuntos, esta controversia, está en inglés, lo sentimos). Basándose en esta cita, cuya autenticidad nadie examina, se han hecho numerosas referencias, cada vez más exageradas, a la supuesta oposición a la vacuna del Papa León XII, como la del historiador G. S. Godkin:
'(León XII) Fue un fanático feroz, cuyo objeto fue destruir todos los avances de los tiempos modernos, y obligar a la sociedad a volver a sus ideas, costumbres y formas de gobierno de los días del medievo. En su ira insensata contra el progreso detuvo la vacuna, como consecuencia, la viruela devastó las provincias romanas durante su reinado, junto con otras muchas maldiciones que su brutal ignorancia trajeron sobre los habitantes de aquellas fértiles y bellas regiones'.
Al buscar documentación sobre este tema, la realidad histórica que encuentra Keefe es más bien la contraria. En 1796, Edward Jenner creó la vacuna contra la viruela. El Dr. Marshall, del ejército napoleónico, habilitó en Palermo el primer centro de inoculación antivariólica, precisamente en el seminario de los jesuitas. Desde allí la vacuna pasó a Nápoles y luego al resto de Italia. Cuando la viruela llegó a Roma, el Papa Pío VII se ocupó de que los romanos fueran vacunados, estableciendo un centro de vacunación en el hospital del Espíritu Santo, junto al Vaticano. La circulación de la vacuna por toda Europa fue una práctica avalada por la Teología Moral de la Iglesia, que se practicó en los hospitales romanos. De hecho, un precedente a finales del siglo XVIII fue la variolización introducida por el Papa Benedicto XIV en el Estado Vaticano, que consistía en la inoculación de individuos sanos de un poco de tejido de los enfermos de viruela, una práctica médica inferior a la vacuna, ya que entrañaba mayor peligro de que se inoculara la misma enfermedad que se pretendía evitar.
En cuanto al Papa León XII en particular, lo único que encontró Keefe es que amparó con subsidios la educación médica en Roma. De hecho, en la prensa italiana médica, los periódicos y documentos de entonces, y en los trabajos de los biógrafos de León XII no se encuentra rastro alguno de oposición a la vacuna, ni existen testimonios en tal sentido de cronistas romanos de la época. Keefe sí encontró, en cambio, citas de León XII en las que alaba esta práctica y dice de Jenner que 'fue un hombre que salvó a muchos de la muerte, Dios sabe a cuántos millones...' Ante realidad tan opuesta a la descrita por la cita que tanto ha dado que hablar, Donald Keefe investiga su origen, encontrando 'citas que citan a citas', hasta llegar al doctor Pierre Simon que la escribe por primera vez sin fundamento alguno. Keefe especula que Simon pudo haberse confundido por las bromas que solían hacerse en Italia sobre aquel Papa. Era el protagonista de los chistes de la época, y siendo Pierre Simon extranjero, pudo haber tomado alguno de aquellos chistes como un dato serio.
Un último comentario. Se presenta a veces como oposición actual de la Iglesia a la ciencia de la medicina sus pronunciamientos señalando límites éticos a la investigación, pero estos no suponen un caso de injerencia, ya que la Iglesia se mueve ahí en el terreno que le es propio, el de la enseñanza moral... Límites morales ciertamente los hay. Las experiencias con cobayas humanas, como las que se llevaron a cabo en los campos de concentración nazis y japoneses, o la reciente prueba de fármacos en Centroamérica, pueden ampliar la ciencia, pero son rechazables desde el punto de vista ético".
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Los medios ofrecen una imagen distorsionada del debate ciencia-fe
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Bibliografía.