En opinión de quien esto escribe, es en el último párrafo donde se encuentra la clave del éxito del célebre ensayo "El mono desnudo" de Desmond Morris, publicado en 1967. La idea socorrida de que somos "animales racionales", producto ciego de una evolución igualmente ciega y, por tanto, sujetos a los mismos instintos insalvables que nuestros antepasados, supone un mullido consuelo para quienes desean abandonarse a sus furias, sean éstas cuales sean, sin someterlas al filtro de la conciencia. "Soy un animal predador, la responsabilidad de mis actos no es mía, sino de la evolución y de mis ancestros". Vía libre. Si a esto añadimos que esta hipótesis pesimista de que el hombre es poco menos que nada, viene a contradecir la visión antropocéntrica del universo proclamada durante siglos por las tres grandes religiones monoteístas que constituyen el "elemento a abatir" por el bando laicista, no es necesario añadir mucho más para entrever por qué un libro divulgativo con un mensaje tan atroz es y ha sido durante décadas la "biblia" particular del movimiento ateísta, que parece ignorar toda la abundante bibliografía que, desde todos los ámbitos del saber, incluido el de muchos científicos agnósticos, ha venido a refutar las tenebrosas ideas del señor Morris. Valga como ejemplo la interesante obra divulgativa de donde hemos extraído los párrafos que componen esta entrada, un libro publicado dos años después que "El mono desnudo" y que constituye sólo la punta del iceberg del maremágnum de réplicas que recibió.
Una servidora no goza el honor de pertenecer a ninguno de estos ámbitos eruditos, pero aún así lo tiene bastante claro: el uso de la razón es una de las muchas diferencias abisales que separan al ser humano del -por otra parte- maravilloso reino animal. De tal modo es así que afirmar que el hombre es un "animal racional" es una antítesis de facto puesto que, al disponer de la razón, la criatura humana deja de ser, por este mismo hecho, un animal, del mismo modo que una torre con un enorme foco giratorio en su cúspide deja de ser una torre para ser un faro.
En román paladino: o eres un animal o eres racional. No puedes ser ambos a la vez, como no puedes ser a la vez obeso y delgado.
El hombre no es un "mono desnudo" por la misma razón que un perro no es un "pez sin escamas". Aunque el antepasado de nuestro bello e inteligente pastor alemán sea un pez descerebrado de inexpresivos ojos saltones, nunca se nos ocurriría calificarlo como tal, aunque sea cierto que nuestro leal amigo comparte con el pez muchas funciones biológicas.
El hombre no es un mono desnudo, el mono es un proyecto de hombre, un boceto y, por tanto, un hombre "deficitario", con múltiples carencias en comparación con el ser humano. La evolución sigue un curso de abajo arriba y no al contrario. Tiene una direccionalidad clara, le pese a quien le pese. Al mono lo hemos dejado atrás en esa escalada. El dibujo definitivo realizado por un artista "contiene" el boceto preliminar, pero no "es" el boceto preliminar.
Del mismo modo, el hombre actual es un ser "deficitario" también en relación a la criatura más evolucionada que será dentro de unos miles de años, en el caso hipotético de que antes de eso, nuestros posicionamientos encontrados y nuestro convencimiento de que "somos sólo animales sujetos a instintos", no nos hagan renunciar a la responsabilidad sobre nuestros actos y nos aboquen a la autodestrucción.
Quizás, dentro de un millón de años, los ateos seguirán con su misma línea argumentativa y tratarán de desvirtuar a la última criatura más perfecta surgida del río de la evolución diciendo: "no, no somos 'súperhombres', somos insignificantes 'hombres' como los de hace un millón de años, pero con el cerebro y el corazón más grande". Entonces el hombre actual será el referente y el eslabón intermedio del mono habrá pasado a la historia. Ya nadie podrá culparlo de nada.