***
Nuestros amigos ateos a menudo nos hacen esta pregunta a los creyentes, y "sospechoso" es el vocablo que suelen usar :-). A ellos les parece altamente improbable que el hombre desee protección, seguridad, propósito y vida eterna, y que la realidad le obsequie "precisamente" con esos dones... La réplica viene casi rodada: primero, no todo el mundo coincide en estos deseos, o, al menos, si son los mismos deseos, muestran diferentes facetas: si es cierto que muchos prefieren sentirse protegidos por alguna entidad poderosa, otros muchos prefieren no sentirse protegidos, con tal de no sentirse vigilados. El caso de Jean Paul Sartre es casi paradigmático (transcribimos al final de esta entrada una anécdota muy reveladora extraída de su exquisita autobiografía "Las palabras", publicada en 1965). Ya hemos desmontado aquí en varias ocasiones la extendida opinión de que los ateos son más "valientes" que los teístas al enfrentarse al mundo sin, lo que ellos llaman, "muletas"... :-) No es que sean más valientes, es solo que el mismo miedo puede adoptar muchas formas.
Segundo: ¿no es "sospechoso" que la realidad esté hecha solo de materia, "precisamente" la única sustancia que está al alcance del hombre y, por tanto, la única que éste puede estudiar, medir, manipular? ¿No es sospechoso que toda la realidad acabe "precisamente" donde acaba nuestra percepción? ¿Por qué no podría acabar varios metros más allá? ¿Porque dos metros más allá ya no llegaríamos? ¿Sólo por eso la realidad acaba dos metros más acá, porque hasta aquí sí que llegamos? Esto sería lo más deseable, ¿verdad? Que no quede nada "fuera" de nuestro alcance.... Eso sería lo IDEAL ¿Estamos de acuerdo? Y, si estamos de acuerdo en que esto es lo más deseable, ¿no es "sospechoso" que los deseos del hombre coincidan con la realidad? :-)
Sospechoso, sí. Y mucha, mucha casualidad... Pero, claro, nuestros amigos ateos cientifistas no tienen grandes problemas para inventarle habilidades descabelladas al azar, la única causa de cualquier fenómeno por inconcebible, prodigioso y deslumbrante que sea. El azar, el Alfa y la Omega, principio y fin de todas las cosas... El auténtico dios de los agujeros.
Y el materialismo, la nueva Tierra Prometida.
***
Aquí tienen las citas de Sartre que anunciábamos más arriba:
"Sólo una vez tuve el sentimiento de que Dios existía. Había jugado con unos fósforos y quemado una alfombrita. Estaba tratando de arreglar mi destrozo cuando, de pronto, Dios me vio, sentí su mirada en el interior de mi cabeza... Estuve dando vueltas por el cuarto de baño, como un blanco vivo. Me salvó la indignación; me puse furioso contra tan grosera indiscreción, blasfemé... No me volvió a mirar nunca más".
La blasfemia consistió exactamente en maldecir tres veces al Creador con mucha enjundia, "como hacía mi abuelo", aclara el autor. No las reproducimos para no herir sensibilidades, pueden ver el texto completo en este enlace, pág. 72. La estrategia, como él mismo nos cuenta, funcionó: la insoportable angustia que se apoderó del pobre chaval al creerse "observado" y pillado en falta por un Ente imprevisible murió súbitamente, como muere la fruta una vez que cortas el árbol que la sostiene y le proporciona la savia. La angustia ante lo absurdo de la existencia que Sartre experimentó más tarde y que nos transmitió en su magistral "La náusea" no era, ni de lejos, tan asfixiante como la desesperación de sentirse observado, atrapado por un Ser que, tal como se lo habían descrito, podía fulminarle en cualquier momento... y por cualquier motivo. Cambió una angustia por otra, es cierto, pero, para él, el cambio fue positivo. La segunda angustia era más llevadera.
Unas páginas antes Sartre confesaba que en su niñez:
"En el Dios al uso que me enseñaron no encontré al que esperaba mi alma; necesitaba un Creador y me daban un Gran Patrón".
No dudo de la buena intención de los educadores del pequeño Jean Paul, pero es así, precisamente así, como se gesta el ateísmo en muchas personas. Yo misma lo he podido comprobar en múltiples ocasiones tanto en la vida real como en el vasto universo de internet. Den una vuelta por los miles de blogs ateos que menudean por la red, verán que los jóvenes blogueros suelen reservar una sección especial para explicar las vicisitudes que les llevaron a su "conversión" al ateísmo. Muchos dicen haberse sentido liberados... Curiosamente, eso es justo lo que sienten muchos "conversos" al teísmo. Como nos dice el biólogo Francisco J. Ayala, en la mayoría de los casos la Ciencia no tuvo nada que ver con la mudanza interna de estos ateos. Apelan a ella a posteriori porque creen (erróneamente, como venimos mostrando en este sitio desde hace ya más de cuatro años) que esta disciplina legitima sus creencias por considerarla la antítesis de la fe. Eliminada la seguridad vital que les ofrecía el discurso tradicional, necesitan aferrarse a otro madero que los mantenga a flote. Como todo el mundo. Y el determinismo cientifista es un cómodo sustituto. Un mullido cojín de plumas donde descansar.
Un conocido webmaster ateo confiesa en su blog que, cuando era niño, solía rezar un avemaría y un padrenuestro cada noche antes de dormir, y que, cuando el cansancio le vencía y no podía hacerlo, la deuda se iba acumulando para la noche siguiente: "En ocasiones llegaba a pagar 20 ó 30 rezos acumulados. Cuando dejé de rezar debía más de 500 de cada uno", nos dice el buen hombre, sin caer en la cuenta de lo mucho que, con esta anécdota, nos está descubriendo sobre las genuinas razones de su conversión. No hace falta ser un catedrático en psiquiatría para comprender qué procesos mentales pueden llevar a un ser humano a elegir, como decía Platón, las tinieblas en lugar de la luz ¿verdad? Basta con que nos disfracen la luz de tinieblas. Todos los gestos acomodaticios pretendidamente intelectuales con los que adornamos la verdad desnuda de nuestra primera y temblorosa motivación, en demasiadas ocasiones, no son más que eso, un traje artificial con el que investimos nuestra inseguridad, ese temor ancestral a "la arbitrariedad de los dioses", sea cual sea la forma que esa arbitrariedad divina adopte para nosotros.
Jim Henson, que sabía mucho de niños :-), decía que éstos no recuerdan lo que los adultos intentamos enseñarles, sino lo que somos. ¿Me permiten la osadía de despedirme hoy con un consejo personal? Sean cuidadosos con el modo en que se muestran ante los niños y, sobre todo, tengan especial cuidado con la imagen de Dios y del mundo que les están transmitiendo sin palabras, con sus actos y gestos cotidianos. Y, por favor, no carguen pesados fardos sobre sus pequeñas espaldas. No disfracen la luz de tinieblas...
Quizás del modo en que ustedes enfrenten hoy esta delicada tarea de educar dependa, en gran medida, que la próxima generación conciba la vida como una gloriosa bendición... o como una náusea.