La red está rebosante de casos para aquel que los quiera encontrar: homicidas que acabaron como benefactores, médicos o fundadores de hospitales; violadores que acabaron integrando organizaciones humanitarias y proyectos solidarios; drogadictos y alcóholicos que acabaron dedicando su vida a ayudar a los demás a no caer en sus mismos errores... Y así podría seguir. Los casos se dan en todas las religiones. Unas son célebres, otras anónimas, pero todas estas personas tienen algo en común: su carácter completo fue transformado en un instante de "conversión", de comprensión de lo absoluto, que significó un giro de trescientos sesenta grados en sus trayectorias vitales.
Para que "la buena gente haga cosas malas" no "hace falta" religión. Sólo hace falta una ideología, religiosa o no. Cualquier idea, por hermosa que sea, mal entendida y peor aplicada (cristianismo, comunismo, socialismo, darwinismo... aquí puede añadir el lector lo que desee) basta para convertir a cualquiera en un demente. A la Historia me remito.
Digámoslo, entonces, con claridad: "Para que un hombre bueno haga cosas malas, sólo es necesario que ese hombre crea que vale la pena matar por una idea, cualquier idea, política o religiosa. Para que un hombre malo haga cosas buenas, sin embargo, es necesaria una transformación integral a un nivel profundo e íntimo, una metamorfosis completa, de esas que, muchas veces, sólo la fe puede lograr".